domingo, 31 de julio de 2011

Veinte reflexiones de una migrante

José Oregón Morales

Hemos sido protagonistas del III Concurso Latinoamericano de Testimonios Escritos sobre la Mujer. Tenemos en nuestras manos la 7ma edición (Ecuador). ¿Es posible que estas lecturas no lleguen a nuestra juventud femenina? Sí, es cierto. Somos todavía pueblos salvajes. Lo mejor de nuestra juventud femenina se desperdicia frente a las telenovelas comerciales, llora de angustia ante los falaces argumentos, pero no se conmueve frente a su realidad más lacerante.
En la obra que he citado escriben mujeres de diversas latitudes. “La Flor de la Cayena”, de Cristina Franco (dominicana), es el testimonio de una mujer que, víctima de la violencia política, queda parapléjica a muy temprana edad. Pero por esa fuerza interior humana, que no se sabe dónde comienza, ni dónde termina —que llamamos ilusión, voluntad, amor—, supera sus limitaciones físicas y, sobre todo, morales a lo largo de una lucha paciente de muchos años. Se incorpora a las actividades deportivas de los discapacitados, lidera las asociaciones logrando el reconocimiento de los derechos sectoriales y ayuda material efectiva. Contrae matrimonio con otro discapacitado y genera un hogar con dos hijas. Es un ejemplo de una mujer que logra sus legítimos derechos a tener una ciudadanía, un espacio de vida y el respeto a sus derechos humanos y laborales.
“Extranjera de sí misma”, es el testimonio de Sonia Edith Parra de Colombia, donde la falta de oportunidades de trabajo, para formar una familia o para luchar por algún pequeño ideal de la sociedad, nos hace sentir extranjeros en nuestra propia patria. Migramos a otros países, como España, en busca febril de trabajo, de paz y amor, y tampoco los hallamos. Cuando no se concretan los ideales que como humanos tenemos, entonces, somos extranjeros de nosotros mismos. “Partir es morir un poco y una oportunidad para atrapar la vida”.
Eva Marisol Linares Tadeo de El Salvador, en “Se acabaron las voces roncas y profundas”, nos expone la persistencia de una joven periodista por asumir una actividad que la sociedad, precisamente, no la reserva para una mujer: narradora de partidos. Vence, a lo largo de muchos años, incredulidades, ignorancia del oficio y, con tesón, gana conocimiento, experiencia; los espacios se le van abriendo lentamente y el reconocimiento de la sociedad llega como premio a su voluntad y conocimiento pleno del oficio.
Con “Veinte reflexiones de una migrante”, María Fernanda Ampuero Velásquez de Ecuador, reflexionamos sobre la urgencia de los legítimos derechos de una mujer a su dignidad, a un trabajo, más urgente todavía cuando la mujer es migrante, apátrida sin protección y, por su condición femenina pasible, de mayores actos innobles de los poderosos: “Acuérdate que hay que ceder, que eres una extranjera fugitiva y necesitada, y a los que están abajo no les cuadra hablar con altanería”. Pero la más grande reflexión de María Fernanda es ese noble orgullo de los de abajo, conscientes que sufren una injusticia, pero que no se doblegan frente a ella: “me llamo María Fernanda y soy migrante. El mundo que conocía, mi calle, mi familia, mis amigos son “allí y entonces”. “Aquí y ahora” es una ciudad nueva y una vida distinta. No soy la que era y, sin embargo, soy más yo que nunca. La extranjeridad es un estado del alma y la mía nació para estar en tránsito”.

Es un ejemplo de una mujer que logra sus legítimos derechos a tener una ciudadanía, un espacio de vida y el respeto a sus derechos humanos y laborales.

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