Isabel Córdova
Rosas
Escalera de mujeres (1925) – Oscar Schlemmer. |
¿Hasta qué punto la mujer peruana ha
sido tomada como protagonista por nuestros más notables escritores, teniendo en
cuenta que, desde siempre, asume un rol importante en el devenir de la vida
nacional?
Los novelistas, por dar mayor fuerza a
sus personajes varones, en la mayoría de sus obras, han marginado, segregado,
malinterpretado y, prácticamente, descuidado a la mujer como personaje central
de sus historias.
Sin embargo, durante la segunda mitad
del siglo XIX, fueron dos mujeres las que alzaron la voz en el mundo literario:
Mercedes Cabello de Carbonera y Clorinda Matto de Turner. Ellas respondieron al
segregacionismo existente con historias sobre seres de su mismo sexo.
Mercedes Cabello (Moquegua, 1845), en
“Blanca Sol” y “Los amores de Hortensia”
pone en primer plano a la mujer, al igual que Clorinda Matto de Turner
(Cuzco, 1852), precursora del indigenismo en el Perú, lo hace en sus novelas
“Herencia”, “Índole” y “Aves sin nido”, donde “ellas” asume un rol del todo
digno, pues en esta trilogía, de suma importancia para su tiempo, plasma con
crudo realismo el sufrimiento y la humillación de la campesina.
José María Arguedas, en “Yawar
Fiesta”, toma como principal protagonista al pueblo indígena, otorgándoles a
hombres y mujeres una gran calidad humana y solidaria, sin importar el género.
En “Los ríos profundos”, el
personaje es el niño Ernesto, pero también doña Felipa, que se convierte en
lideresa de las chicheras frente a la injusticia de un recaudador de sal.
Así también, “El zorro de arriba y el
zorro de abajo” denuncia las grandes desigualdades entre clases sociales, donde
las mujeres tienen que prostituirse para sobrevivir. Arguedas habla con gran
sensibilidad sobre este fenómeno social.
Ciro Alegría, en “La serpiente de
oro”, describe a las “lucindas” y
“florindas” como «chinas poblanas, buenas para el amor», mas son personajes
pasivos. En “Los perros hambrientos”, los canes y los hombres asumen un rol
protagónico. Demuestra ternura cuando describe a Antuca, y vigor cuando centra
su discurso en Damiana, la madre que afronta el sustento del hogar. En “El mundo es ancho y ajeno” tenemos
casos límite: de nostalgia en Pascuala,
de valor y entrega en Casiana, y en Maibí, desgarro y resignación.
Un personaje de “Un mundo para
Julius”, de Alfredo Bryce Echenique, que destaca es su madre, la delicada
Susan. En “La vida exagerada de Martín Romaña”, Inés, esposa de Martín Romaña,
se convierte en el arquetipo de una chica limeña de los años 60, que descubre
deslumbrada, en París, a Marx y Freud, pero, al final, pasa a un segundo plano.
En “Permiso para vivir”, “No me esperen en abril” y “Reo de nocturnidad”, las mujeres
son la florida comparsa del espectáculo literario de Bryce.
Mario Vargas Llosa en “La casa verde”,
“Pantaleón y las visitadoras” y “Conversación en La Catedral”, las mujeres
asumen un papel de moral deleznable, incapaz de convertirse en el modelo de la
mujer peruana. En “La tía Julia y el
escribidor” aparece el superhombre
frente a ellas.
Sin embargo, también describe algunos
personajes femeninos entrañables, como Teresa de “La Ciudad y los perros”.
También en “La fiesta del chivo”, que trata del asesinato del dictador
dominicano Rafael Leonidas Trujillo, una de las líneas narrativas se refiere a
Urania Cabral, que regresa para visitar a su padre enfermo y narra los
terribles hechos que le obligaron a dejar su país a los 14 años. Recuerda las
atrocidades de la dictadura y revela a su tía y primas un terrible secreto. Por
último, cómo olvidar a la terrible “chilenita” de “Travesuras de la niña mala”.
Es importante recordar, que el gran
referente para conocer la intrahistoria, como quería don Miguel de Unamuno, es
la otra gran mitad del género humano: las mujeres que, como ya hemos visto,
están todavía ausentes del protagónico novelístico del Perú.
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