martes, 30 de julio de 2013

Faulkner, por favor


Carlos Yusti

William Cuthbert Faulkner (EE.UU: Misisipi, septiembre de 1897 - Byhalia, julio de 1962). Premio Nobel de Literatura 1949.
El escritor que mitologizó el sur norteamericano sería una excelente calcomanía para William Faulkner. Es además uno de esos escritores que hay que leer de joven, tiempo en el cual ese deseo hormonal de encarar la literatura en mayúscula va unido a cierta irreverente fortaleza para leer y releer esos pasajes abstrusos y llenos de complejidades (u olvidos) gramaticales tan propios de su manera de narrar. No sin cierto desdén respingado, el crítico literario Edmund Wilson escribió que «los pasajes ininteligibles por culpa de una profusión de pronombres, o que hay que releer por deficiencia de la puntuación, no son resultado de un esfuerzo por expresar lo inexpresable, sino los efectos de un gusto indolente y una labor negligente».
En una entrevista le preguntaron cómo empezó su carrera de escritor y respondió: «Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Anderson. Por las tardes, solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches, volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. Él estaba encerrado, escribiendo. Al día siguiente, volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí que si esa era la vida de un escritor, entonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta —era la primera vez que venía a verme— y me preguntó: “¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?”. Le dije que estaba escribiendo un libro. Él dijo: “Dios mío”, y se fue».
La vida de William Faulkner era así de una mínima tensión. Estuvo abrazado a la botella a lo largo de sus días o como él escribió: «La bebida no construye el estilo, pero lo acompaña. Hay una sinuosidad detectable, una longitud de párrafo, una bruma que espesa la sintaxis, una elaboración de imágenes que nunca definen sus contornos y que se suceden y encabalgan mediante asociación libre».
Entre libro y libro iba de un empleo a otro. Fue repartidor, caletero y hasta estuvo en la gerencia de un burdel. También fue guionista en ese otro burdel, que vende y compra ardores y arrebatos al mayoreo: Hollywood. Ah, le dieron el Nobel de literatura por su obra un tanto irregular, pero implacable a la hora de convertir lo humano en una tragedia con inusuales resonancias de apocalipsis. 
Murió un 6 de julio de 1962. En sus libros se encuentra lo humano en eterna tensión con el entorno y con esas pasiones que nos guían y a veces parecen desbordarnos. A Vladimir Nabokov le irritaba hasta el paroxismo la frondosidad y ramificación profusa de sus “imposibles estruendos bíblicos”, cuestión, que para el escritor ruso, dañaba su prosa y lo hacía un tanto inleíble/infumable.
Su estilo influyó en una buena porción de escritores latinoamericanos. Hoy, su manera de narrar es una rareza que todavía puede aportar algunos trucos a la hora de convertir la vida en una parábola literaria con sus confusos meandros apocalípticos, con ese incomparable estilo de profeta borracho escribiendo esos largos pasajes libres de puntos, martilleando en esas máquinas de escribir portátiles, a pesar de la bruma espesa de la resaca. Por eso siempre digo Faulkner, por favor, doble y con hielo.

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