domingo, 7 de julio de 2013

La educación y el compromiso del maestro


Jhony Carhuallanqui

El profesor Manuel León en compañía de sus alumnos iniciándoles en el arte de la pintura. Año 1964. 
Frederick Douglas fue conocido como uno de los más importantes e influyentes consejeros de Abraham Lincoln; sin embargo, pocos recuerdan que nació y se crió como esclavo. Cuentan que en cierta ocasión su ama pretendió enseñarle las letras del alfabeto, a lo que el marido de tan noble mujer se opuso furibundamente y le increpó: «Si le enseñas a leer dejará de ser esclavo», pues es que como dice Diego Luis Córdoba: «Por la ignorancia se desciende a la servidumbre y por la educación se asciende a la libertad».
Por ello, la educación no es un mecanismo de transmisión de conceptos, ideas o datos, sino un proceso de “hominización, socialización y culturación”, al menos así lo entendía Walter Peñaloza, un gran maestro que siempre nos recordaba que el papel del  docente (con formación o no) es importante, pero nunca debe ser imperante hacia el alumno, pues rescataba lo que alguna vez Plutarco sistematizó: «La mente —del alumno— no es un vaso que hay que llenar, sino un fuego que hay que avivar».
En estos tiempos, donde todos hablan del modelo Finlandés por sus reiterados éxitos en el Informe PISA, es necesario replantear muchos aspectos del sistema educativo, y con respecto a los maestros, rescatar que en este país nórdico ellos cuentan con más prestigio y reconocimiento que un médico y que el aspecto remunerativo es acorde a sus méritos y responsabilidades; así mismo, tienen especial cuidado en su selección: solo los mejores alumnos pueden ser maestros y los mejores maestros están en el nivel primario para cumplir la misión de formar a los estudiantes con una visión humanística, fortaleciendo la igualdad, la libertad y el trabajo en equipo, desterrando así la competencia individualista.
Los maestros no son los celadores de centros depositarios donde los padres dejan a sus hijos por las múltiples ocupaciones que puedan tener, es un centro de interconexión con las demás personas y la sociedad, y donde «decir lo que uno piensa no es faltar el respeto».
En nuestro país, la miopía política del Estado desconoce y desmerece el esfuerzo de muchos docentes que tienen que lidiar con situaciones problemáticas, ajenas a los planes y programas oficiales, en lugares tan alejados como olvidados y que, con frecuencia, se pretende subsanar con “capacitaciones”, acarreando una avalancha de cursos, seminarios, talleres, diplomados, maestrías de una calidad, por decirlo menos, cuestionable.
Es momento que todos encaminemos el Proyecto Educativo Nacional al 2021 (elaborado por el Consejo Nacional de Educación) y valoremos su tercer objetivo estratégico: «Maestros bien preparados que ejercen profesionalmente la docencia», si en verdad queremos iniciar un cambio educacional, pero respetando algo elemental: sus derechos logrados, y sin olvidar el rol protagónico que tiene que asumir el docente.
Álvaro Villavicencio Whittembury siempre nos decía que los maestros deben recordar que «nadie puede enseñar lo que no sabe» y que «quien se dedica a enseñar, nunca debe dejar de aprender».
El Día del Maestro debe ser un motivo de reflexión para el Estado y para el docente, pues en 191 años de haberse instituido esta celebración, tras la fundación de la Primera Escuela Normal de Varones del Perú por el General José de San Martín, seguimos  pensando en mejorar y mejorar. José Campos Dávila, Vicerrector de Investigación de la UNE – “La Cantuta”, afirmaba que estamos en la reforma, de la reforma de lo reformado, y sólo hemos aumentado burócratas: asesores y supervisores, sin mejorar los estándares. Quizá la solución sea reformar a los reformadores.

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