lunes, 23 de septiembre de 2013

DESLECTURAS (PERUANAS): ‘El héroe discreto’, Mario Vargas Llosa

Cantar por los héroes de a pie

La nueva novela de Mario Vargas Llosa, El héroe discreto, tuvo su lanzamiento mundial el 12 de setiembre último. La ‘deslectura’ de esta semana hace un balance del libro que fuera uno de los más esperados del año.

Juan Carlos Suárez Revollar


Dos historias se alternan en El héroe discreto (Alfaguara, 2013), la nueva novela de Mario Vargas Llosa. La primera —que además da título al libro— tiene como protagonista a Felícito Yanaqué, un exitoso transportista piurano que, siguiendo la consigna aprendida de su padre —“jamás dejarse pisotear”—, hace frente a unos extorsionadores ocultos por cartas anónimas apenas firmadas por el dibujo de una arañita. La segunda gira en torno a la peculiar familia de don Rigoberto (de Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto), que se ve envuelta en una serie de intrigas iniciadas porque el octogenario amigo y jefe de este, Ismael Carrera, desposa a su ama de llaves para dejar sin herencia a sus dos horripilantes hijos.
La denuncia de la extorsión, y luego la publicación que Felícito hace en un diario negándose a pagar cualquier cupo, son algunas de las heroicas medidas que lo convertirán en una celebridad local por su oposición a las mafias, y es el arranque, además, de una trama policial que deberán desenredar el campechano capitán Silva y su adjunto, un marchito sargento Lituma (desde ¿Quién mató a Palomino Molero? ambos han ascendido de teniente y guardia, respectivamente).
Por otra parte, además de la vida concupiscente y volcada al arte que lleva Rigoberto en Lima, tiene que enfrentar esta vez, por un lado, los ataques de las hienas, los dos hijos de Ismael Carrera que intentan anular a toda costa el matrimonio de su padre (y provocan así uno de los escándalos mediáticos de la novela, simultáneo al que también padecerá Felícito en Piura); y por otro, los inquietantes encuentros de su hijo Fonchito —un chico cuya pureza extrema no se termina de definir si por el bien o el mal— con un fantasmagórico personaje de ribetes demoníacos, al que apenas reconocen como Algemiro Torres.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 28 de marzo de 1936),
Premio Nobel de Literatura 2010.
No es la primera obra de Vargas Llosa que alterna en los capítulos pares e impares dos historias paralelas (además de La tía Julia y el escribidor y El pez en el agua, es El Paraíso en la otra esquina la que guarda esta característica con mayor nitidez). El autor fractura la carencia de relación entre ambas cuando ya se había recorrido el 75% del libro, y las entrecruza; pero aún con ello, no desaparece la impresión de que, en realidad, El héroe discreto contiene dos novelas en vez de una, cuya interrelación de tramas y personajes recuerda más bien —aunque más desarrollada— a la manera en que Honoré de Balzac trasladaba personajes de una ficción a otra completamente distinta.
La historia no es precisamente lineal, pues es recurrente el contrapunto de diálogos que alterna tiempos y espacios distintos a partir de sucesos que un personaje narra a otro, tal como se cuenta la casi totalidad de Pantaleón y las visitadoras (sin contar ambigüedades y elipsis, propias de una hábil narración).
A los grandes tópicos vargasllosianos: la corrupción, lo racial, el poder y principalmente el conflicto padre-hijo —pero el resentimiento esta vez es de los padres para con los hijos—, se suma el crecimiento y la estabilidad económica del Perú en los últimos cinco o seis años, en que transcurre la historia.

Sin llegar a la maestría de las grandes novelas de Vargas Llosa —digamos, La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral o La guerra del fin del mundo—, El héroe discreto resulta una historia encantadora y desenfadada, tal como debería ocurrir con los culebrones mexicanos o venezolanos que don Rigoberto ponía tan cerca de Dumas, Dickens, Zola y Pérez Galdós.

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