lunes, 23 de septiembre de 2013

Voltaire sin fanatismo

Carlos Yusti

François Marie Arouet, "Voltaire"
(París, 21 de noviembre de 1694 – 30 de mayo de 1778).
        Cuando era un desordenado lector barriobajero, me convertí en un encarnizado fanático de Voltaire. Paradoja aparte, no aprendí nada de Voltaire, sin embargo, su estilo desprejuiciado y al vuelo de su Diccionario Filosófico se adhirió a los huesos de mi escritura.
Todo en él era de ese brillo para encandilar, todo lleno de ruido y ese talante pendenciero de “hagoloquemedelagana” proporciona la medida de su hoy vitalidad literaria.
Voltaire tenía un apego ferviente por la vida y podría decirse que fue el Truman Capote de su época. De extracción humilde —sus detractores, para descalificarlo, lo tildaban como ese insoportable “hijo de notario”—, tuvo la capacidad de codearse con reyes, duquesas, príncipes y princesas, al igual que Capote, quien se codeo con los ricos y famosos del cine y más allá, tan sólo haciendo gala de un ingenio demoledor y elegante.
Voltaire tiene una obra abundante, pero se le recuerda apenas por dos o tres libros. Sus cuentos se leen todavía con mucha frescura. Malgastó tiempo y talento en unas obras teatrales hoy soporíferas e irrepresentables.
Existen como tres rasgos que distinguen su personalidad intelectual. Fue el primer escritor que buscó tener un público. Su actividad como autor de libelos y panfletos le granjeaba muchos adeptos y enemigos, esto le permitía no pasar desapercibido y ganar lectores para sus libros supuestamente serios y filosóficos. Fue, asimismo, el primero en inmiscuirse en un juicio de dominio público. Con él se inventa eso de “intelectual comprometido” y su “yo acuso” en el Caso Calas, comerciante jansenista que fue declarado culpable en un juicio amañado y ajusticiado por un delito no cometido, marcó un hito, pues su único recurso para defenderlo en juicio tan desigual fue su ingenio y su irrevocable ilustración, como lo demuestra su libro Tratado sobre la tolerancia con ocasión de la muerte de Jean Calas.
También fue el primero en romper con ese estigma del escritor sufrido y muerto de hambre escribiendo su gran obra tras penurias extremas. Pocos años antes de morir era un anciano que había acumulado mucha fortuna, pero nada comparada a los honores y tributos que le dispensó Francia al reconocer a ese “hijo de notario” como uno de sus más ilustres hombres de letras.
Fue el primero es bajar a la filosofía de su pedestal y convertirla en algo mundano, al alcance de todos. Voltaire fue primero en todo muy a pesar de Diderot: «Voltaire es el primer segundo en todo».
«¡Aplastad al infame!», fue su grito de guerra. Se refería con ello al dogma y al fanatismo religioso que quemaba cuerpos por abrazar ideas contrarias a la del común.

Para Barthes, fue el último escritor feliz ya que supo distinguir a sus enemigos. Para Savater, fue un maestro de todo y un gran experto en nada. Para mí, fue ese escritor que nunca tuvo quietud y quien tuvo claro su sentido para disgustar, irritar, divertir, entretener y enseñar a través de la filosofía y la literatura.

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