Bienvenido, Jeremías Gamboa
Carlos Villanes
Cairo
Escribir la primera novela es como disfrutar del primer
amor, entras a tientas pero nunca lo olvidas. Es una aventura personal y
solitaria, siempre está llena de dudas, misterios, esperanzas, sueños,
ilusiones, y duros quebrantos si la meta soñada no se alcanza. Así como medio
infierno está empedrado de malos poetas, supongo que la otra mitad la ocupan
los novelistas malos.
Además, cada novela es un microcosmos y tiene una
intrahistoria, un devenir íntimo, desde su concepción en las neuronas del
escritor hasta su aparición como volumen impreso. Cien
años de soledad estuvo navegando
en la mente del Gabito de Aracata durante 20 años y se materializó en año y
medio. La ciudad y los perros
fue rechazada en España por ocho editores antes de convertirse en la primera
historia de quien, medio siglo después, sería nuestro primer premio Nobel.
Kafka pidió que a su muerte quemaran todos sus originales inéditos, pero su
viuda no le hizo caso y salvó sus libros que hoy conocemos.
La buena novela, ya dije, es un universo en pequeño, pero
¿y el novelista?, y mucho más el que sueña con serlo y fracasa, seguro acaba en
la mitad de la cancha del averno, maloliente y calenturiento.
También el mundo y los avatares del novelista son un
micro universo. Los hay que nacen con suerte, los que se estrellan y los
estrellados, los que sin haber publicado su primera novela ya respiran los
aires de la fama. Este último es el caso de Jeremías Gamboa (Lima, 1975), de
padres ayacuchanos, quechua hablantes y analfabetos, que emigraron a la
Capital, es ya famoso y su novela primogénita, Contarlo
todo, ha salido apenas hace cuatro días, el martes 13, en este friolero
Madrid de otoño, con árboles de hojas doradas y caducas.
¿Cuál ha sido el milagro? Ninguno, salvo mucho sudor
durante los 5 años en que fueron escritas sus 507 páginas impresas y un golpe
de suerte: ser “ahijado” de Vargas Llosa.
Gamboa ganó un concurso para ser vigilado por nuestro
Nobel durante un año en su escritura. Los primeros capítulos convencieron a
Vargas Llosa, y cuando el bisoño novelista concluyó con los originales, lo
recomendó a su agente literaria, la “Mamá Grande”, Carmen Balcells, ella llevó
el manuscrito a la feria de Libros de Frankfurt, donde lo vendió a cinco
lenguas incluida la española. Acá la compró y editó Mondadori y para calentar
el ambiente, entrevistas, alguna a doble página, un domingo en El País, que es leído por una media de
cuatro millones de personas, y un impecable despliegue publicitario.
Y ¿la novela vale la pena? Definitivamente sí. Es la
historia de un universitario que sueña con ser escritor. Como la mayoría
empieza en una revista y luego un periódico —Debate
y El Comercio—, cuenta su vida, minuto a
minuto, con increíble sencillez, sinceridad y mano realmente diestra, los
primeros palos de ciego en la escritura. Llega a editor de una importante
revista, pero lo deja todo por hacerse, entre sudores y lágrimas, un gran
escritor. ¡Bienvenido, Jeremías Gamboa!
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