martes, 6 de septiembre de 2011

Industrias culturales: un debate necesario

Alberto Chavarría

Muchos, aún hoy, creen que la cultura es solo una cuestión espiritual o intangible. No logran comprender que la cultura, como muchos bienes, pueden ser objetos, sean reales o abstractos, sujetos a las leyes del mercado o del proceso de Producción-Distribución-Consumo. Si se entiende la idea económica de sector de servicios en su amplitud se podrá visualizar, con mayor acierto, lo que señalamos.
¿Cómo puede la cultura ser un producto económico? Por lo pronto la educación privada, y por ese rumbo se conceptúa la educación nacional actual, es un buen ejemplo de ello. Lo que se vende son servicios formativos e instructivos. Esa prestación, sea de modo personal o como colectividad, se paga. Lo que se puede discutir es la calidad de dicho servicio.
Del mismo modo, los objetos artísticos (cine, teatro, literatura, pintura, música, etc.), el entretenimiento, la diversión, lo espiritual, como la filosofía y la religión, al ingresar al P-D-C, que señalamos más arriba, necesitan capital para realizarse como productos y convertirse en riqueza, en los dos sentidos: espiritual y material.
¿Destruiría la cualidad artística, estética, del objeto de arte pretender convertirlo en un producto cultural? La respuesta es sí y no, al mismo tiempo, todo depende. Con los casos del cine y la literatura lo ejemplificaremos. ¿Se puede hacer cine sin capital? Es obvio que no. ¿El capital determinará si es una obra de arte o no? Ahí dependerá del director, de su compromiso con el arte, de su formación estética. El cine independiente, que cuestiona al criterio Hollywoodense, es la mejor muestra de que el capital no es determinante en la orientación artística. Y películas de este corte abundan, aunque no en el circuito puramente comercial. El verdadero cinéfilo sabe buscar y encuentra calidad.
Es claro que los “best seller” literarios son numerosos. Sus autores buscan dinero y fama fácil. Sin embargo, entre esa maleza la verdadera literatura se abre paso. Ambos son productos culturales, la diferencia está en su calidad estética, su lenguaje y su propuesta artística. Lo mismo podemos decir de las demás artes.
En consecuencia, por lo masivo de su difusión y consumo, el producto cultural acerca al gran público a la cultura. Ahí generar debate para discernir la buena de la mala cultura es tarea de los interesados en la verdadera cultura. Pero, para abrir los espacios es necesario que haya industrias culturales, sectores económicos que fortalezcan dicha Producción-Distribución-Consumo en formalidad. Hoy existen, pero informales. Y en ello el creador y artista pierde mucho.
Mucha de esa informalidad está asentada en la idea de que la cultura es antieconómica. Y, claro, cómo no lo va a ser si los consumidores de cultura, especialmente en provincias, creen que la cultura debe ser gratis, que los libros deben regalarse, que el teatro no debe cobrar, que el músico y cantante deben hacerlo sin costo. Todo en la idea de que son artistas y viven del aplauso. Una dirección más definida hacia las industrias culturales de parte de los involucrados cambiaría todo este panorama y beneficiaría a todos, especialmente en lo espiritual.

Los consumidores de cultura, especialmente en provincias, creen que la cultura debe ser gratis, que los libros deben regalarse, que el teatro no debe cobrar.


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