martes, 3 de abril de 2012

COLUMNA: DESDE EL ATELIER



Georg Grosz, en la trinchera del humanismo

Josué Sánchez

“Yo estaba lleno de luz, de color y de júbilo", decía Georg Grosz, el más grande dibujante satírico alemán del siglo XX en sus memorias, publicadas en 1946, refiriéndose a su obra europea, mordaz e intensa como un látigo que golpeaba las conciencias. Vivía entonces en Nueva York, sumido en el olvido y la resignación, con una obra ajena a lo mejor de su talento. Había llegado a Estados Unidos en 1933 huyendo del poder nazi, al cual había cuestionado duramente. Pero, como diría años más tarde, el “sueño americano resultó ser una burbuja de jabón”, había perdido la furia, sus trazos ya no tenían vida. Sus dibujos, que años atrás hablaban y denunciaban las injusticias y los excesos del poder, ya no tenían la facultad de interpelar a la sociedad.
Mientras unos escogen el vivir de espaldas a la realidad y la encubren con la comicidad de la risa, Grosz, apenas un joven de 21 años cuando estalló la I Guerra Mundial, vivió los terrores de ésta y denunció la gangrena social de la Alemania de la posguerra decadente y pro nazi en sorprendentes dibujos, pinturas y litografías, que muestran un extraordinario manejo del lenguaje visual.
Principal exponente del movimiento “Neue Sachlichkeit” (Nueva objetividad) y uno de los fundadores del dadaísmo, adhirió a la corriente expresionista, pero estuvo fuertemente influenciado por los pintores cubistas y futuristas, con los que estuvo en contacto durante su estancia en Francia, el año 1913. Tres años después, luego de ser dado de baja en el ejército prusiano víctima de una fuerte neurosis de guerra, su experiencia en el frente le llevaría a realizar dibujos y litografías en los que a través de la caricatura social y la sátira política, mostró todo el horror de la guerra y la crisis moral de la casta militar prusiana.
Desde entonces se volvió un implacable enemigo del naciente Partido Nacionalsocialista Alemán y de su líder Adolfo Hitler, logrando gran celebridad con sus dibujos políticos, en los que fustigó duramente el totalitarismo y la absurda ideología militarista nazi; así como la avaricia y depravación de las clases dominantes de la posguerra. De esa época, la década de 1920, datan sus libros de dibujos “Ecce Homo” y “El rostro de la clase gobernante”, por los que fue multado al ser considerados como injuriantes al ejército y a la sociedad alemanes. Otra de sus obras “Dios con nosotros” fue destruida.
En 1933, impelido por el asfixiante clima político alemán, la continua hostilidad nazi y la imposibilidad de seguir con sus impresiones litográficas y dibujos, Grosz se trasladó a Nueva York de donde no regresaría a Alemania hasta el año de su muerte, acaecida en 1959. Para la posteridad han quedado sus brillantes y ácidos dibujos de sus primeros tiempos, su despiadada crítica de la barbarie de la guerra y la doble moral burguesa, y sus memorias, recogidas en el libro “Un pequeño sí y un gran no”, retrato de un artista capaz de iluminar las conciencias con el fulgor del pincel.

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