martes, 3 de abril de 2012

Vallejo, el incendiario


Luis Puente de la Vega Rojas


Vallejo vaticinó casi con exactitud el advenimiento de su muerte, pero jamás imaginó que a 120 años de su nacimiento nadie dudaría de su inmortalidad. Poeta, narrador, dramaturgo y ensayista, un escritor completo en todas sus vertientes, un hombre cabal que revolucionaría nuestra literatura, uno de los pocos poetas capaces de incendiar las mentes y de darle belleza al sufrimiento.


Vino al mundo en Santiago de Chuco, una localidad en la sierra de La Libertad, el 16 de marzo de 1892, “un día que Dios estuvo enfermo”. Su padre lo educó para entregarlo al sacerdocio, tal vez de ahí es que se desprenden tantas referencias religiosas en sus escritos.
En 1910 ingresa a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Trujillo, que abandona por falta de ingresos —situación que lo acompañaría por toda su vida—. Al año siguiente viaja a Lima para matricularse en la Escuela de Medicina de San Marcos, pero por la misma razón tiene que frustrar este proyecto. Regresa a Trujillo para retomar sus estudios en Letras y trabaja como maestro en el Colegio Nacional de San Juan, donde tendría como alumno a Ciro Alegría. Para 1917, ya habiendo terminado la universidad, retorna a Lima, a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para obtener su doctorado en Letras y Derecho.
Se dice que Vallejo dio un discurso dirigido a la juventud, donde afirmaba que los jóvenes debían actuar, hacer algo, lo que sea, y nunca estar pasivos, que debían ser incendiarios, pero que no podían estar dormidos. Sin embargo, ésta era una metáfora, “el incendiar las mentes para revitalizar las sociedades”. Poco después, en 1920, unos soldados por falta de salarios, incendiaron la casa de unos potentados norteños, la familia Santa María Calderón. Así, lo acusan de haber azuzado a las masas y pasa 112 días de prisión en Trujillo.
Sale bajo palabra y viaja a Lima, donde en octubre de 1922 publica “Trilce”, que según Antenor Orrego: "Inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal". Este libro funda el vanguardismo, llevando a la lengua española a límites desconocidos, desnudando la palabra, recreando la sintaxis y dejándose llevar por el Dadaísmo y el Surrealismo. Sin embargo, fue muy criticado y vapuleado por los intelectuales de la época.
Vallejo se deja invadir por la desazón de la “mediocridad” poética del momento, y viendo en peligro nuevamente su libertad, se marcha del Perú a bordo del vapor Oroya, en 1923, para nunca más volver y jamás olvidar su origen. Sus dos primeros años en París fueron de mucha pobreza, tanta que muchas veces tuvo que dormir a la intemperie. Sin embargo, contacta con importantes intelectuales afincados en Europa, como Pablo Neruda, Miguel de Unamuno, Federico García Lorca o Rafael Alberti, iniciando en él, un nuevo periodo de producción e inspiración, donde descarnaría la angustia de la humanidad y exhibiría impúdicamente sus sentimientos, para con ello dejar al mundo impávido ante la grandeza de su obra.
En el viejo continente profundiza sus conocimientos sobre el Marxismo, viaja a Rusia y a su retorno a París, funda el Partido Socialista, que a su vez será replicado por su amigo José Carlos Mariátegui en nuestro país.
Como algunos de los más grandes artistas, vive atormentado por los amores, la decepción y la soledad, pero en Francia, parece conseguir, después de mucho, cierta estabilidad al lado de Georgette Philippart Travers, con quien se casa en 1934.
El 24 de marzo de 1938, Vallejo es hospitalizado por una enfermedad desconocida para entonces, pero que luego se confirmaría como la reactivación del paludismo que había sufrido de niño. Así, fallece el 15 de abril, un viernes santo con aguacero en París, pero no un jueves, como había vaticinado. El 3 de abril de 1970, 32 años después y en invierno, su viuda, Georgette, cumplió el sueño más caro del poeta: trasladó sus restos al cementerio de Montparnasse, dejando en su epitafio: “He nevado tanto para que duermas”.

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