¿Evolución o involución?
Casona de Barranco.
Máximo Orellana TapiaLa arquitectura —local, nacional, extranjera— tiene en la ornamentación uno de sus elementos más resaltantes. En el siguiente artículo, el arquitecto Máximo Orellana hace un valioso recuento de ello.
Hace tiempo la arquitectura y el urbanismo llegaron a una obsesión por el ornamento. Primero durante el periodo Barroco propio de los estados absolutistas, para luego encontrar su momento culminante en el Rococó versallesco, aristocrático y hedonista, libre de preocupaciones y de novela ligera. Posteriormente fueron sustituidos por el orden y la seriedad del Neoclásico académico e ilustrado, de referencias históricas con la antigüedad grecorromana, pero más social y racional, que luego generó algunos istmos hasta llegar a los inicios de una nueva concepción del arte contemporáneo denominado neoplasticismo, gracias al aporte de pensadores y artistas como Piet Mondrian y Theo van Doesburg.
Desde otro ángulo, son ya más de cien años (1908) desde que Adolf Loos, arquitecto austriaco, pionero del racionalismo arquitectónico y precursor del movimiento moderno publicara un artículo titulado “Ornamento y delito”, en el que, entre otras cosas, expresó que “el impulso de ornamentarse el rostro y cuanto se halle al alcance es el primer origen de las artes plásticas”, y que el arte ya no quiere ni debe estar sometido al servicio de la religión ni del estado. Estos ideales y su incesante discusión fueron decisivos para el posterior afianzamiento del arte y la arquitectura moderna en el mundo entero, y que luego, en algunos aspectos, declinó hacia la década de los setenta, dando lugar al posmodernismo, que en el terreno del urbanismo apologiza la recuperación de la memoria colectiva, la calle, la plaza, y en la arquitectura aboga por la referencia, el valor histórico y también el ornamento, aquel de carácter mesurado y estudiado.
Aún dentro de este contexto y de la realidad latinoamericana, Eladio Dieste, ingeniero y arquitecto uruguayo, explicaba que cuando se desperdician vanamente los materiales y recursos, no se es racional, y que inclusive se linda con lo amoral.
La realidad actual general, puesta de manifiesto en diversas intervenciones, expresa un cuasidelirio urbano por la ornamentación, en la que gran parte de los espacios urbanos son “aderezados” y “acicalados” frívolamente sin límite —lo mismo ocurre en el plano arquitectónico en lo que respecta al tratamiento de fachadas que son parte de los espacios públicos—, que sólo evocan momentos de épocas ya superadas.
Teniendo en cuenta que a la sociedad industrial le correspondió la cultura moderna, y a la postindustrial la postmoderna, no podemos ignorar que en las intervenciones urbanas de nuestras ciudades todavía nos queda dar ese paso para que se supere los estados anteriores. Y por el contrario, esta falta de entendimiento y el delirio ornamental descontrolado significan una involución en el arte y la cultura. Más aún si se habla de una transmodernidad que, en el propósito de reclamar un lugar propio frente a la modernidad occidental, tiene que partir de la ética y la razón, en vez de una abierta complicidad con la vulgaridad y el despilfarro.
Hace tiempo la arquitectura y el urbanismo llegaron a una obsesión por el ornamento. Primero durante el periodo Barroco propio de los estados absolutistas, para luego encontrar su momento culminante en el Rococó versallesco, aristocrático y hedonista, libre de preocupaciones y de novela ligera. Posteriormente fueron sustituidos por el orden y la seriedad del Neoclásico académico e ilustrado, de referencias históricas con la antigüedad grecorromana, pero más social y racional, que luego generó algunos istmos hasta llegar a los inicios de una nueva concepción del arte contemporáneo denominado neoplasticismo, gracias al aporte de pensadores y artistas como Piet Mondrian y Theo van Doesburg.
Desde otro ángulo, son ya más de cien años (1908) desde que Adolf Loos, arquitecto austriaco, pionero del racionalismo arquitectónico y precursor del movimiento moderno publicara un artículo titulado “Ornamento y delito”, en el que, entre otras cosas, expresó que “el impulso de ornamentarse el rostro y cuanto se halle al alcance es el primer origen de las artes plásticas”, y que el arte ya no quiere ni debe estar sometido al servicio de la religión ni del estado. Estos ideales y su incesante discusión fueron decisivos para el posterior afianzamiento del arte y la arquitectura moderna en el mundo entero, y que luego, en algunos aspectos, declinó hacia la década de los setenta, dando lugar al posmodernismo, que en el terreno del urbanismo apologiza la recuperación de la memoria colectiva, la calle, la plaza, y en la arquitectura aboga por la referencia, el valor histórico y también el ornamento, aquel de carácter mesurado y estudiado.
Aún dentro de este contexto y de la realidad latinoamericana, Eladio Dieste, ingeniero y arquitecto uruguayo, explicaba que cuando se desperdician vanamente los materiales y recursos, no se es racional, y que inclusive se linda con lo amoral.
La realidad actual general, puesta de manifiesto en diversas intervenciones, expresa un cuasidelirio urbano por la ornamentación, en la que gran parte de los espacios urbanos son “aderezados” y “acicalados” frívolamente sin límite —lo mismo ocurre en el plano arquitectónico en lo que respecta al tratamiento de fachadas que son parte de los espacios públicos—, que sólo evocan momentos de épocas ya superadas.
Teniendo en cuenta que a la sociedad industrial le correspondió la cultura moderna, y a la postindustrial la postmoderna, no podemos ignorar que en las intervenciones urbanas de nuestras ciudades todavía nos queda dar ese paso para que se supere los estados anteriores. Y por el contrario, esta falta de entendimiento y el delirio ornamental descontrolado significan una involución en el arte y la cultura. Más aún si se habla de una transmodernidad que, en el propósito de reclamar un lugar propio frente a la modernidad occidental, tiene que partir de la ética y la razón, en vez de una abierta complicidad con la vulgaridad y el despilfarro.
En estos tiempos, en donde se pretende buscar la austeridad, mas que nada en los proyectos arquitectónicos públicos bajo las directivas de los sistemas de inversión, se hace necesario proyectar lo mas racionalmente, dentro de una lógica de multi funcionalidad, en donde los edificios en la que se desarrolle actividades humanas sean cambiantes al pasar del tiempo.
ResponderEliminarDe tal modo viene a tallar la famosa frase del maestro alemán Ludwig Mies van der Rohe aquella que dice: «Less is more».
Es mi humilde opinion.