Aldous Huxley
De pronto, el recuerdo de Lenina se transformó en una presencia real, desnuda y tangible, que le decía: ¡cariño! y ¡abrázame!, con sólo las medias y los zapatos puestos, perfumada... ¡Impúdica zorra! Pero... ¡oh, oh...! Sus brazos en torno de su cuello, los senos erguidos, sus labios... La eternidad estaba en nuestros labios y en nuestros ojos.
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