Primero fue Machu Picchu, a continuación Sofía Mulánovich, más tarde Kina Malpartida, luego la gastronomía peruana, en seguida Claudia Llosa y su cine simbólico, y un año después el premio Nobel de Literatura de Mario Vargas Llosa. Ahora, mucho más cerca de nosotros, nos sorprende la Huaconada y la Danza de Tijeras.
En otras palabras, la cultura peruana ha alcanzado el cenit, y se mantiene en él. Como sabemos, la Danza de las Tijeras y la Huaconada de Mito, ambas ligadas a la demonología andina, fueron incluidas por el Comité Intergubernamental de la Unesco en su Lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La Huaconada, en primer lugar, tan a nuestro alcance, es una manifestación social reglamentaria, pues pretende escarmentar a los insumisos con las normas éticas y legales. Luego de la misa del 1 de enero, setenta huacones y dos caporales se presentan, ataviados con máscaras demoníacas y frazadas, en la plaza principal del pueblo. Blanden en una mano un látigo amenazante. La música que marca el compás brota de una orquesta típica habitada en su mayoría por varios saxos y clarinetes, y un violín y un arpa. Luego, a vista de los cientos de asistentes, los danzantes, organizados en parejas, inician las pruebas físicas denominadas “caramusas”. Tras diversos ejercicios, por la tarde, los huacones inician un rito fantástico: danzan levantando los brazos, en círculos, sosteniendo sus mantas, tratando de imitar el vuelo de un cóndor. Para el estudioso Simeón Orellana Valeriano, la máxima autoridad en el tema, esta coreografía trata de una adoración al dios Sol.
Todo indica que la Huaconada es prehispánica. Algunos aseguran que tiene más de mil quinientos años. En quechua, “huacón” significa “máscara” o “enmascarado”. Ya en las crónicas de Indias aparece como una danza milenaria. José de Acosta señala, en 1590, que “otras danzas había de enmascarados, que llamaban guacones, y las máscaras y su gesto eran del puro demonio”. Diego González Holguín, en su vocabulario de quechua, en 1608, refuerza la idea de que a los enmascarados se les llamaba “huacón”, igual que Alonso de Barsana en su vocabulario y praxis de la lengua general de los indios del Perú.
Felipe Guaman Poma de Ayala, en 1613, presenta el dibujo de una danza llamada “uaco taqui uacon”, que significa algo así como “canto o canción del baile de los enmascarados” y formaba parte de las festividades del Chinchaysuyo, a cuyo territorio pertenecía el reino Huanca. La máscara era un venado disecado o imitaba a este animal.
En 1616, fray Martín de Murúa afirma la existencia de una danza de enmascarados, denominada “guacones”, que era practicada por los nativos desde el Incanato.
Por otro lado, la Danza de las Tijeras, a decir del sociólogo Vicente Otta Rivera, es una danza de hombres que se desarrolla en contrapunto (Atipanakuy), al son del arpa y del violín. En el campo, antaño, se llamaba “Supay huapasi tusak” o, traducido, “el danzante en la casa del Diablo”. Fue José María Arguedas quien generalizó el nombre “danzante de tijeras” por esos adminículos filosos que los danzantes (“danzaq” en Ayacucho) llevan en la mano derecha y que las entrechocan mientras bailan.
En la sierra sur se baila desde abril hasta diciembre y cada melodía corresponde a distintas estaciones de la danza: pasacalle, para marchar en las calles; y “Wallpa wajay”, cuando son las tres de la mañana y canta el gallo. Durante el día, se toca en tono mayor, por la noche, en tono menor. “El primer día (Anticipo), llegan al pueblo los músicos y danzantes. A las 12 de la noche, en secreto, hacen el pago en la plaza, la ofrenda al Huamani. El segundo día (Víspera), desfilan por las calles y bailan en contrapunto desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche. El tercer día (Día Central), se hacen las pruebas: hacen números de magia, se traspasan con agujas y espinas, suben a las torres de la iglesia (torre bajay) donde realizan demostraciones de equilibrio y acrobacia. El cuarto día (Cabildo), bailan otra vez hasta las 8 de la noche y el quinto día (Despacho), regresan a su lugar de origen”, explica Otta Rivera.
Estas dos danzas, con el transcurrir del tiempo y su incorporación a los espacios urbanos, operaron profundos cambios, al punto que ahora es posible hablar de versiones antiguas y modernas. Como fuere, lo cierto es que estas dos danzas milenarias de nuestras entrañas terrenas han vuelto a ponernos en la cresta de la cultura mundial.
En otras palabras, la cultura peruana ha alcanzado el cenit, y se mantiene en él. Como sabemos, la Danza de las Tijeras y la Huaconada de Mito, ambas ligadas a la demonología andina, fueron incluidas por el Comité Intergubernamental de la Unesco en su Lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La Huaconada, en primer lugar, tan a nuestro alcance, es una manifestación social reglamentaria, pues pretende escarmentar a los insumisos con las normas éticas y legales. Luego de la misa del 1 de enero, setenta huacones y dos caporales se presentan, ataviados con máscaras demoníacas y frazadas, en la plaza principal del pueblo. Blanden en una mano un látigo amenazante. La música que marca el compás brota de una orquesta típica habitada en su mayoría por varios saxos y clarinetes, y un violín y un arpa. Luego, a vista de los cientos de asistentes, los danzantes, organizados en parejas, inician las pruebas físicas denominadas “caramusas”. Tras diversos ejercicios, por la tarde, los huacones inician un rito fantástico: danzan levantando los brazos, en círculos, sosteniendo sus mantas, tratando de imitar el vuelo de un cóndor. Para el estudioso Simeón Orellana Valeriano, la máxima autoridad en el tema, esta coreografía trata de una adoración al dios Sol.
Todo indica que la Huaconada es prehispánica. Algunos aseguran que tiene más de mil quinientos años. En quechua, “huacón” significa “máscara” o “enmascarado”. Ya en las crónicas de Indias aparece como una danza milenaria. José de Acosta señala, en 1590, que “otras danzas había de enmascarados, que llamaban guacones, y las máscaras y su gesto eran del puro demonio”. Diego González Holguín, en su vocabulario de quechua, en 1608, refuerza la idea de que a los enmascarados se les llamaba “huacón”, igual que Alonso de Barsana en su vocabulario y praxis de la lengua general de los indios del Perú.
Todo indica que la Huaconada es prehispánica. Algunos
aseguran que tiene más de mil quinientos años.
En 1616, fray Martín de Murúa afirma la existencia de una danza de enmascarados, denominada “guacones”, que era practicada por los nativos desde el Incanato.
Por otro lado, la Danza de las Tijeras, a decir del sociólogo Vicente Otta Rivera, es una danza de hombres que se desarrolla en contrapunto (Atipanakuy), al son del arpa y del violín. En el campo, antaño, se llamaba “Supay huapasi tusak” o, traducido, “el danzante en la casa del Diablo”. Fue José María Arguedas quien generalizó el nombre “danzante de tijeras” por esos adminículos filosos que los danzantes (“danzaq” en Ayacucho) llevan en la mano derecha y que las entrechocan mientras bailan.
En la sierra sur se baila desde abril hasta diciembre y cada melodía corresponde a distintas estaciones de la danza: pasacalle, para marchar en las calles; y “Wallpa wajay”, cuando son las tres de la mañana y canta el gallo. Durante el día, se toca en tono mayor, por la noche, en tono menor. “El primer día (Anticipo), llegan al pueblo los músicos y danzantes. A las 12 de la noche, en secreto, hacen el pago en la plaza, la ofrenda al Huamani. El segundo día (Víspera), desfilan por las calles y bailan en contrapunto desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche. El tercer día (Día Central), se hacen las pruebas: hacen números de magia, se traspasan con agujas y espinas, suben a las torres de la iglesia (torre bajay) donde realizan demostraciones de equilibrio y acrobacia. El cuarto día (Cabildo), bailan otra vez hasta las 8 de la noche y el quinto día (Despacho), regresan a su lugar de origen”, explica Otta Rivera.
Estas dos danzas, con el transcurrir del tiempo y su incorporación a los espacios urbanos, operaron profundos cambios, al punto que ahora es posible hablar de versiones antiguas y modernas. Como fuere, lo cierto es que estas dos danzas milenarias de nuestras entrañas terrenas han vuelto a ponernos en la cresta de la cultura mundial.
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