miércoles, 1 de diciembre de 2010

Las tijeras que danzan

Leonardo Mendoza Mesias*

El Perú y en particular su región central se ven engalanadas por el reconocimiento que hace la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), al declarar como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a la Danza de las Tijeras y a la Huaconada de Mito. En el siguiente artículo, su autor aborda la primera.

Aunque la Danza de las Tijeras y a la Huaconada de Mito gozan de profundo valor simbólico en la región andina, en el presente artículo sólo abordaremos la Danza de las Tijeras, que hoy en día se ha convertido en un importante ícono para el Perú, sobre todo para aquellos que, de una u otra forma, se identifican con las regiones de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, donde esta danza tiene mayor difusión, y están los mayores índices de pobreza y sufrieron mucho más la violencia política de las últimas décadas.
La Danza de las Tijeras ya había recibido el reconocimiento de “Patrimonio Cultural de la Nación” en 1995 por el Instituto Nacional de Cultura. Hablar de esta danza es hacer referencia a un ritual mágico religioso en que se representa a las diferentes deidades como la Mamapacha, la Yacumama o el Waira. Así también, a otros aspectos de la vida del poblador andino. Los “galas” o danzantes, con sus atuendos vistosos y detallistas, simbolizan las fuerzas. Al enfrentarse los “galas” en el atipanacuy, no sólo a través de su destreza y excelente estado físico, deben tener coraje, ímpetu, tenacidad e instinto de superación. Con ello, se convierten en la representación de todas las fuerzas telúricas que rigen silenciosamente el universo. La danza en sí misma es el reflejo de la cosmovisión de la sociedad en que se originó, y de aquellas que la cultivan hasta ahora. Es también la expresión fidedigna del pensamiento humano contemporáneo: la oposición binaria, que es un estilo de pensamiento que se evidencia en las tijeras (las cuales son macho y hembra, agudo y grave, sacro y profano). ¿Será entonces, por esa conjugación entre el hombre, la naturaleza y lo telúrico, que estos danzantes fueron considerados —erróneamente— como supaypawawas (hijos del diablo)?
La danza en sí misma es el reflejo de la cosmovisión de la sociedad
en que se originó, y de aquellas que la cultivan hasta ahora.
La vorágine de la Danza de las Tijeras, lo que representa y lo que significa contribuyó para la obtención de esta calificación por parte de la Unesco. Es necesario entender que, siendo un símbolo cultural, retoma su impulso telúrico y se convierte en un potencial cultural estratégico. Es decir, por un lado es un factor cultural que contribuye a modificar el estatus de nuestra sociedad, por el reconocimiento que tiene nuestro país a nivel internacional. Pero por otro lado, es estratégico, pues puede contribuir a lograr un objetivo común: el desarrollo de los pueblos andinos peruanos.
Sin embargo, estimado lector, debemos entender que esta danza no sólo es una potencia cultural que permitiría un empoderamiento de nuestra cultura a nivel global, sino que al igual que otras importantes danzas, la de las Tijeras es el repositorio vivo de nuestra cultura, que no sólo es un baile y réplica de antaño. Es algo más: las danzas se sustentan en dos elementos fundamentales, la forma de pensar de quienes las cultivan o representan, y el acrisolamiento del sentir de nuestros pueblos.

*Leonardo Mendoza Mesias es docente de la Facultad de Antropología de la Universidad Nacional del Centro del Perú.



La agonía de Rasu Ñiti
(Fragmento)
José María Arguedas

“Rasu Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba con sus espejos.
“Atok’sayku” saltó junto al cadáver. Se elevó ahí mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban. Sus pies volaban. Todos lo estaban mirando. “Lurucha” tocó el “lucero kanchi” (alumbrar de la estrella), del wallpa wak’ay (canto del gallo) con que empezaban las competencias de los dansak’, a la media noche.
—¡El Wamani aquí! ¡En mi cabeza! ¡En mi pecho, aleteando! —dijo el nuevo dansak’.
Nadie se movió.
Era él, el padre “Rasu Ñiti”, renacido, con tendones de bestia tierna y el fuego del Wamani, su corriente de siglos aleteando.
“Lurucha” inventó los ritmos más intrincados, los más solemnes y vivos. “Atok’sayku” los seguía, se elevaban, sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus espejos, su montera, todo en su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’; dansak’ nacido.


Gala tusuy (danza tradicional)*

Aniano Tapia Gutiérrez
Los danzantes de tijeras se han originado antes de la época incaica. Sus cultores cumplían el papel de sacerdotes, curanderos, layas o brujos (chamanes). Con la llegada de los españoles, en protesta, los danzantes profetas andinos aparecen anunciando el fin del mundo para los europeos, y entonces son perseguidos y ejecutados.
Según los cronistas, por presión de los españoles, los danzantes adecuaron estos festejos a la Pascua de Navidad, Año Nuevo y Pascua de los Reyes. En la actualidad la danza se practica con diversos nombres: “Danzas” en Ayacucho, “Sangras” en Apurímac y “Gala” en Huancavelica.

* Fragmento del libro “Mi terruño, pequeña pradera”.

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