Thomas Mann
Ella estaba totalmente desnuda y uno de sus brazos esbeltos se levantaba para engarzar un dedo en uno de los ganchos del techo del armario. Largas oleadas de cabello castaño caían sobre sus hombros infantiles, respirando ese encanto al que no cabe otra respuesta que un sollozo. La luz de la vela se reflejaba en sus ojos rasgados. Su boca era un poco grande, pero tenía una expresión tan dulce como la de los labios del sueño cuando, tras varios días de dolor, nos besan la frente. Sus caderas formaban nido y sus esbeltas piernas se pegaban la una a la otra.
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