Jorge A. Salcedo Ch.
Un convento de educandas en Soray (Concepción) cercano a Santa Rosa de Ocopa, dos adolescentes (una peruana la otra francesa) especialmente sensibles en la plenitud de su despertar sexual y el paisaje andino, cercado de alisos, quinuales y árboles de eucalipto; le sirven a Edgardo Rivera Martínez como telón de fondo en su tercera novela: “Diario de Santa María”, para dar algunas pinceladas más a ese mural del “mestizaje enriquecedor” que es la gran obsesión en todo su universo narrativo.
En un país fracturado como el nuestro en donde el racismo, la falta de identidad nacional y el “miedo al otro” se disparan en todas direcciones y en cualquier momento, la obra de Rivera Martínez aparece siempre como un saludable balón de oxígeno que nos dice que el feliz sincretismo entre el mundo occidental “criollo” y el mundo “andino”, sí es posible. La última de sus novelas: “Diario de Santa María” sin duda, no es la excepción. Y es que así como en “País de Jauja”, esta novela nos habla del encuentro entre dos mundos.
El argumento en “Diario de Santa María”, creo, es simplemente un pretexto (porque la verdad, hay que admitirlo, en la novela no pasan muchas cosas que digamos, osea, las situaciones, las anécdotas que viven Felicia y Solange dentro del convento isabelino, tan trepidantes, no son) para que el autor discierna y se cuestione acerca de nuestra tragedia nacional, (lo de la falta de unidad e identidad, ya saben).
Y Edgardo Rivera se cuestiona bien. Incluso la novela (que también es un libro de aprendizaje) puede leerse como una alegoría de lo que somos al fin y al cabo: una cultura en construcción con una herencia precolombina significativa, pero con un legado occidental (en la novela de Rivera ya ni siquiera hispánico) importante. Y así, por lo menos en el texto de Rivera Martínez, las protagonistas no se hacen “paltas”. Ambas, Felicia la peruana, y Solange la francesa, bien pueden leer y disfrutar versos de Safo, Rimbaud, los sonetos de Louise Labé, o escuchar Armida de Lully, como solazarse con Vallejo, Eguren, los yaravíes de Melgar, escuchar y cantar huaynos o bailar la tunantada, sin “roche”.
“Diario de Santa María”, creo, responde a las dudas del presente, de nuestro presente como país, o como nación más bien. En fin, Borges decía que no hay literatura que no sea fatalmente actual, y esta novela lo es.
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