martes, 27 de diciembre de 2011

La Pachahuara y sus orígenes

Ángel Castro Sánchez

Numerosas investigaciones en torno al origen de la danza de la “Pachahuara”, en la región central, coinciden en manifestar que ésta representa la pasión y alegría de los negros al obtener la libertad perdida durante la época colonial. Sin embargo, dicha tesis se contradice por cuanto la danza ya era ejecutada, por ejemplo, en la hacienda “Nuestra Señora de la Natividad de Yanamarca, hacia 1650. Pero es más sorprendente saber que los esclavos eran fieles servidores y defensores celosos de sus patrones, hábiles en despojar tierras comunales de los indígenas de dicho valle. Esto generó que los nativos despreciasen a la gran mayoría de negros, resultando improbable que los indígenas recogiesen su costumbre de danzar, cada 25 de diciembre, en honor al nacimiento del niño Jesús, como refiere Moisés Ortega en su obra “Valle de Yanamarca”.
Viejos relatos orales, recogidos por César Blancas, ponen al descubierto que la “Pachahuara” de Acolla, antes llamada “Pachahualay”, ha sufrido un proceso evolutivo de transculturación coreográfica y musical, a tal punto, que la imagen y el mensaje actual del “pachahuarero” son diferentes a su origen prehispánico.
El relato visionario del mito del “Pachahualay” permite acercarnos a su origen ignorado: “Era tiempo de duro invierno en los albores de la humanidad. Los “ajullas”, divididos en dos grupos, disputaban el honor de poseer, en su propia estancia o “pacalina”, el pez esperado. Era este de cuerpo alargado y de mediano grosor, color negro plomizo con un parecido a la trucha, y era llevado en el pico de un ave desconocida. El pájaro daba vueltas y vueltas en el aire, esperando que cesara la rivalidad necia de los hombres, pero como éstos continuaban con su obstinada porfía, el ave decidió remontar más alto el vuelo, alejándose del lugar. Entonces, intentó soltar el pececillo entre la estrecha quebrada de Yanamarca, sin hacerlo. Finalmente, decidió echar el precioso tesoro, esperado por todos, en un lugar denominado Apaycancha. El tiempo era lluvioso, la tierra estaba siendo cubierta por masas de agua turbia y la lluvia amenazaba con continuar sin saber hasta cuándo.
”Los pocos hombres que existían en Apaycancha recibieron inesperadamente aquella promesa que habían oído. Al caer el pececillo a tierra daría vida continua al mundo a través del “Pachahualay”. Esto era posible ejecutando la danza mágica en la noche oscura que amenazaba con no hacer aparecer el día.
”Enterados los “ajullas” de que el “Pachahualay” estaba desnudo y frío en aquel lugar, fueron en su búsqueda, rescatándolo de su inminente muerte. Así, el “Pachahualay”, se afincó en Acolla desde entonces”.
Esa promesa de que el pececillo iba a renovar la vida del mundo por medio del “Pachahualay”, al parecer, no era desconocida por los grupos humanos que habitaban Jauja y Tarma. Sin embargo, aquella promesa retardaba en el tiempo, y nadie sabía el lugar en que debía hacerse realidad.
El hecho mítico fue evidente, desde el principio, en Acolla. Que haya caído en Apaycancha, no anula su origen primigenio. Apaycancha representa en la mitología, un puente cultural de irradiación hacia las etnias Tarama y Sausa. Hecho probado, porque en el lugar se bailó esta danza durante mucho tiempo, como recuerda Teófila Parián de Paucar, sobrina del “pachahuarero” Victor Ureta, difundiéndose desde allí seguramente, como un ritual necesario e imprescindible que aseguraría la continuidad de la vida entre los seres humanos diseminados por toda aquella área geográfica. Al transcurso del tiempo, el “Pachahualay” fue revistiéndose de una identidad propia en cada pueblo, pero su esencia de ser una danza nocturna y de amanecida, aún se mantiene hasta nuestros días.

La “Pachahuara” (…), ha sufrido un proceso evolutivo de transculturación coreográfica y musical, a tal punto, que la imagen y el mensaje actual del “pachahuarero” son diferentes a su origen prehispánico.


Danzantes de Pachahuara - Archivo familia Castro De la Cruz

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