Leonardo Mendoza Mesías
Pintura: Víctor Matos |
Últimamente
podemos encontrar textos que nos mencionan la importancia del mundo andino, y
la gran cantidad de elementos culturales que éste expresa a través de
costumbres y creaciones. Todas estas manifestaciones culturales tienen como
epicentro la mentalidad del hombre del ande, que se ve reflejada en su quehacer
diario y que en resumen no es otra cosa que su propia forma de vida.
Estermann,
filósofo suizo, después de vivir en el Cusco durante muchos años, publica “Filosofía
andina” (1998). Se trata de un estudio intercultural de la sabiduría en Los
Andes, inusual en su especie y al mismo tiempo uno de los aportes más
importantes para comprender la “mentalidad andina”.
Probablemente,
se trata de un texto original e interdisciplinario y, por ello, sujeto a muchas
lecturas y observaciones. Sin embargo, para el tema que nos toca ahora, resulta
una manera de sistematizar sobre la “Ruwanasofía”: ética andina. Estermann
concluye que la ética andina no se restringe al ser humano ni al radio de la
libertad individual. Antes bien, en ésta hay fundamentos basados en el orden
cósmico, es decir, en la relación del hombre con la naturaleza.
Así,
el hombre, junto a la fauna, está representado en fiestas como el Tayta Shanti.
El humano y la tierra están representados en el viril Huaylarsh, así como él y
sus ancestros son recreados en la Huaconada, para enumerar solo algunos casos,
todos ellos evidencias claras de que el hombre, en la interacción con su medio,
las acrisola en coloridas semblanzas.
Ahí
no termina esta relación hombre-cosmos, pues dichos comportamientos no son
simples manifestaciones sin sentido, todo lo contrario, guardan profundamente,
en su práctica, una ética de reciprocidad del ser humano con cada uno de los
elementos con los que éste se relaciona, utilizando muchas veces los canales
religiosos y sociales para hacer evidencia de esto.
En
la misma dirección aparece el libro pionero de Antonio Peña (1998) sobre
antropología jurídica, que desarrolla el sentido de la justicia comunal en
Calahuyo. En él, señala que los principios quechuas: “Ama sua” (no robar), “Ama
llulla” (no mentir) y “Ama q`ella” (no ser ocioso) son los que rigen la vida de
los individuos en el grupo, constituyen la base del “honor” en la vida
comunal, y condicionan un tipo ideal de hombre y mujer comuneros. Este “honor”
juega un rol muy importante en la resolución de los conflictos del pueblo.
La
imagen del hombre comunero honorable está identificada con el trabajo, con los
negocios y la participación en los asuntos públicos. Lo contrario a este ideal
es el hombre altanero, ocioso y borracho.
También
tenemos a la mujer comunera honorable que se caracteriza por ser fiel
compañera, quien cumple con las actividades domésticas y sustituye a su pareja
en algunos de sus roles por determinadas circunstancias.
La
“honorabilidad” es un patrón ético que debe regirnos. Esto, en el campo
familiar, se traduce en la confiabilidad: “honor y confianza se llegan a
identificar en las actividades diarias de los comuneros”.
En el mundo colectivo se sabe que el interés de la
familia está subordinado al bien comunal: “la familia de más honor es aquella
que justamente tiene más anhelo por el progreso de la comunidad” y, por
supuesto, la armonía comunal resulta ser un sinónimo de su propio desarrollo.
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