domingo, 26 de agosto de 2012

La perplejidad del pesimista


Juan Carlos Suárez Revollar



Aunque ya había publicado un par de libros, Diego Eguiguren (Lima, 1989) mantiene aquel perfil bajo del creador a quien no interesa demasiado ceder en la libertad artística de su obra a cambio de alcanzar mayor difusión.
Esa es la primera impresión que deja su nuevo trabajo, «Colección privada» (Editorial Micrópolis, 2012). El libro rebasa la clasificación de microficción. Se trata de un volumen de narraciones, significativas individualmente, pero de gran valor si se ven como un todo. El personaje central, un «Diego» ficticio, alter ego del autor —pero no por eso el Diego de carne y hueso que escribió el libro—, a través de breves reflexiones y retazos de su vida, conduce al lector, entre anécdota y anécdota, a esa corta temporada en el infierno en la que se encuentra.
El mundo que el personaje narrador esboza pasa por un punto de vista colmado de desaliento. A lo largo del libro el lector va conociéndolo, en un mano a mano con él, evocando y viviendo sus recuerdos.
Si bien «Colección privada» se promociona como un volumen de narraciones breves, por su forma y fondo parece acercarse más bien a la novela corta. El libro recuerda a una de aquellas «nouvelles» experimentales, caóticas, que afloran cada cierto tiempo. De manera irregular se esboza una historia muy personal, como escrita para el propio autor.
La presencia de Charles Bukowski ha dejado una marca a fuego en «Colección privada». El personaje narrador es un paria del mundo, que vive por el arte, ajeno a todo; a su modo, es un hedonista, un exégeta de sí mismo.
Aunque la mujer perdida del relato aparece y desaparece, se mantiene omnipresente a lo largo del libro, como una sombra infalible y dolorosa. Por su causa, de pronto al narrador no le queda más que una sufriente supervivencia.
El lenguaje altamente formal es otra característica del libro. Eguiguren usa combinaciones de palabras poco usuales en el habla común. Esta tendencia se nota, incluso, en los diálogos de los otros personajes.
La particular visión del narrador convierte el mundo en algo afín a él; por eso todos hablan, piensan o sienten como él.
El protagonista es un ser vencido a medias: no tiene perspectivas ni esperanzas, pero se niega a abandonar el ruedo. Ese es su aspecto más heroico, una sucesión de instantes en que se resiste a la derrota.
Su futuro se figura no tener importancia para él; ya su historia parece estar acabada. ¿No hay más? En realidad, sí debe de haber, o al menos es lo que queda como una oscura sugerencia al final del relato.

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