Jhony Carhuallanqui
Lucho Quequezana |
La sorpresa de los vecinos se sumó a
la curiosidad de los transeúntes cuando a Ollanta Humala se le ocurrió
“modernizar” el cambio de guardia en Palacio de Gobierno, y autorizar que se
haga al compás del pegajoso ritmo brasileño “Ai se eu te pego”, y es que escuchar a la banda de los Húsares de Junín
interpretar este hit musical —tan
distante de la protocolar forma militar—, no podía pasar inadvertido.
Recordemos que cuando Tongo presentó “La pituca” en su versión inglesa, creímos verlo —oírlo— todo; sin
embargo, nos dimos cuenta que apenas entendíamos una creciente tendencia
musical que para este rollizo intérprete se coronaria con su “Lady be”: una particular forma de
homenajear el clásico “Let it be” de The Beatles
al arribo de Paul McCartney.
Por eso, no nos sorprende escuchar
orquestas típicas tocando rock, pop, salsa o cumbia. La Banda Show Internacional Túpac Amaru interpreta “Lamento boliviano” de los ochenteros Enanitos Verdes y la Banda Nueva Juventud Star ha enaltecido “Soy muchacho provinciano” de Chacalón que, también fuera interpretado
por Bareto.
De otro lado, con el “look” de Juan Gabriel y algunos pasos forzados del rey del pop, Michael Jackson, Chiquitín de los Andes interpreta la mulisa “¿Dónde estás my love?”, representación que le valió el título
farandulero de “El Michael Jackson de la
canción huanca” o si quieren, “El
Juan Gabriel del folclor”. ¿Qué opinaría Picaflor de los Andes sobre el moderno estilo de su heredero?
A decir de Néstor García, estamos en
la era de las “hibridaciones y
apropiaciones culturales”, por ello, no es de sorprendernos escuchar “Para Elisa” de Ludwig Van Beethoven en la afanosa melodía de Los Destellos, sí, en una versión de este grupo de cumbia famoso
por su tema “La colegiala”. Así, tampoco
debiera impresionarnos el saber que en Nueva York se presentó “Dragon Ball sinfónico”.
Quizá lo más elaborado en este tema es
la etnofusión. Un estilo iniciado por Miki
González cuando mezcló música afroperuana y andina con jazz y rock, y que a
la postre ha encumbrado con fastuosos trabajos Lucho Quequezana, quien nos ha enseñado que combinar charango,
quena, zampoña, timbal, guitarra, batería, saxo, bajo y demás, es una forma de
integrarnos en la música.
Damaris |
Damaris es otro muy buen ejemplo. Una
Gaviota de Plata en el Festival de Viña del Mar por “Tusuy kusun” es la mejor prueba. Aquel día, inició su presentación
soplando un “waqra pucu” (trompeta de
cuerno) para luego dar un espectáculo lleno de talento, destreza e identidad.
Así mismo, Jaime Cuadra presentó su
disco “Cholo soy”, y nadie presagió
el éxito que tendría. Su arte reinventa la música criolla y el vals en formas
electrónicas que las hacen acústicamente más absorbentes. Un estilo que se
compensó cuando tres de sus canciones formaron parte de la
banda sonora del agente 007 en “James Bond, Quantum of Solace”. Escuchar “Mi propiedad privada” acompañada con violonchelo, trombón, saxofón,
mezclas electrónicas y fragmentos de la voz original de Lucha Reyes es un
regocijo único.
Como vemos, las “hibridaciones y apropiaciones culturales” no son un fenómeno
reciente, pero empiezan a masificarse. Así que a disfrutar de Uchpa y sus blues en quechua, y de los Terapeutas del Ritmo con “Another Brick in the Wall” de Pink Floyd en cumbia.
La aldea global de McLuhan ha hecho
posible que escuchemos cumbias en china, y que orquestas típicas sean
aplaudidas en Francia. Dejemos la discusión de alienación y mercantilización de
identidad a obcecados intelectuales, quienes no
tardarán en entender que se trata de una nueva forma de identidad global:
lo “glocal”.
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