Silencio de Blanca
José Carlos Somoza
Apreté los dientes mientras frotaba el rostro
contra la tensa irrupción de sus pechos y golpeé con fuerza su nalga derecha.
Ella se venció haca delante, como faltándole el equilibrio, y lanzó un gemido
ahogado. Sus pechos golpearon mis mejillas como el rostro de dos niños; en
ningún momento mis manos los habían tocado, pero estaban casi desnudos: el
sujetador, de una sola banda horizontal, no los contenía y se alzaban
impúdicamente sobre ellos mismos.
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