La
cultura de los ensueños
Sandro Bossio Suárez
No hace falta conocer el palacio de la cultura de Varsovia, apenas
el de Chipalcingo, en el estado de Guerrero, en México, o el de Arequipa, en
nuestro país, para darse cuenta de que las importantes ciudades del interior,
si se lo proponen, pueden contar con significativas infraestructuras (y
supraestructuras) dedicadas a la cultura.
Huancayo, desde épocas pretéritas, ha arrullado la ilusión de
contar con un palacio de esa envergadura, lo que muchos sacrificios le ha
costado. El más clamoroso fue, en la década de los sesenta, la pérdida de la
casona Piélago (que ocupaba el cuadrilátero derecho de la actual Plaza de la
Constitución), derruida para construir la parte cultural del Centro Cívico. Se
prometió un verdadero palacio que integraría un teatro y una sala sinfónica,
pero, como sabemos, jamás se edificó.
Según los cronistas, en los años veinte Huancayo contaba con más
centros culturales que en la actualidad: el principal era el Teatro Dorregaray,
importante foco cultural donde recalaban cantantes y actores argentinos.
Teníamos, además, pinacotecas y exposiciones permanentes en los casinos, clubes
y liceos, y disfrutábamos de ateneos,
colonias y salas de tertulia.
Las cosas han cambiado para mal. Hace dos años, con mi amigo
Andrés Longhi, buscábamos infructuosamente un lugar donde montar la hermosa
exposición de fotografías de Sebastián Rodríguez. Recorrimos lugres y
edificios, y nada aparente encontramos, sino la antigua construcción del Museo
Antropológico de la Universidad Nacional del Centro, que albergó la muestra
hasta que sus paredes empezaron a ceder con el peso de los cuadros. Entonces
caímos en la cuenta de que Huancayo no tiene más la prestancia lustral de antaño.
Sus centros culturales han declinado: el de la Universidad Continental terminó
por asfixiarse (últimamente se había convertido en un centro social de amigos
que se turnaban entre ser ponentes y asistentes) y lo mismo pasó con el de la
Alianza Francesa, muerto por inanición apenas nacido.
El Instituto Nacional del Cultura de Junín (hoy Dirección Regional
de Cultura), desde que tengo conciencia, se ha dedicado a declarar la
intangibilidad de ciertos espacios para no permitir su modernización. Debería
aprender de Medellín, Colombia, donde el Ministerio de Cultura declara
monumentos históricos pero, al mismo tiempo, invierte en su conservación y
reforma. Aquí, lamentablemente, el paquidermo señala qué estos lugares no deben
tocarse hasta que se caigan de decrépitos.
Hace dos años presentamos un proyecto a la Universidad Nacional
del Centro para construir la infraestructura de su naciente Centro Cultural en
el antiguo edificio del Local Central (Bajada de El Tambo), pero, como siempre,
la intervención censora del Ministerio de Cultura no lo permitió. Sin embargo,
no entendemos cómo fue posible que se consintiera, a unos pasos, derruir el
último palacete republicano de la ciudad: el que albergaba el camal, convertido
ahora en el Instituto de la Juventud y la Cultura. Podía haberse hecho algo
mejor: conservar la fachada y construir por dentro, como se estila en las
cultas ciudades del continente. Algo así proponemos para el Centro Cultural de
la Universidad del Centro: conservar el frontispicio y construir al interno.
Vivo convencido de que una Dirección Regional de Cultura (que
carece de presupuesto, no puede generarlo y termina convertido en una
sanguijuela del Estado para agradecer favores políticos) debe su existencia a
la propuesta y, sobre todo, ejecución de políticas públicas culturales, y no a
quitarle notoriedad a los centros culturales organizando exposiciones y
seminarios, labor que la minimiza.
Ya no tenemos la sala de exposiciones de la Casa del Artesano.
¿Dónde está el Palacio de la Cultura proclamado hace poco por nuestro alcalde?
Según tengo entendido, la noble idea de construir un palacio para la cultura se
ha reducido ahora a un edificio comercial en el antiguo Coliseo Municipal, en
cuya azotea se levantará un espacio cultural que, claro, terminará por
desaparecer. ¿No pasó con la sala de exposición permanente convertida ahora en
la sala de los regidores? ¿No pasó con la vetusta pinacoteca Guillermo Guzmán
Manzaneda usada hoy como desván de la municipalidad? Vergüenza causa saber que,
por el centenario del nacimiento de este valioso pintor huancaíno,
el Instituto Riva Agüero de Lima ha organizado una muestra con sus
pinturas, obra que Huancayo, su propia cuna, verá en una mínima proporción
gracias a la iniciativa de particulares impulsores del arte que nada le deben a
la oficialidad cultural de la región.
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