La libertad de la sumisión
Sandro Bossio
En un encuentro de presa en Colombia, hace un par de años, recogí
información acerca del ejercicio periodístico en América Latina. En el caso de
Colombia y México, el peligro viene del narcotráfico, que compra funcionarios
para acallar a los periodistas; en Bolivia el gobierno de Evo Morales presiona
con publicidad estatal a las empresas periodísticas para que informen lo que le
conviene; en Venezuela, el cierre de medios y la persecución a los periodistas
de oposición es una afrenta continental. Ecuador y Nicaragua van por el mismo
camino. En Argentina hay una ley que se ha lanzado una dura batalla contra los
medios digitales. Brasil no se queda atrás.
Estuve en La Habana y, claro, la libertad de expresión (consignada en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos) sigue sin existir: todos los
medios son propiedad del Estado y nadie puede publicar nada sin la venia del
gobierno. El castrismo ejerce autoridad sobre Internet y restringe el acceso a
las computadoras, manteniendo precios altos y bloqueando sitios Web
considerados adversos. Incluso los blogs son controlados (a mí me revisaron mi
USB antes de una ponencia académica) y los periodistas golpeados (hablé con
Claudia Cadelo, secuestrada y aporreada durante una marcha pacífica).
El Perú ha vivido grandes etapas de restricción a la libertad de
expresión. Desde Leguía —pasando por Sánchez Cerro, Odría, Velasco Alvarado—
hasta el fujimorato, esta libertad fue la más vulnerada. Los militares,
interviniendo los medios, estatizándolos y permitiendo sólo la publicación de
lo que les convenía; y los dictadores civiles corrompiendo, comprando
conciencias en el SIN, invadiendo de periódicos basura al país. Yo mismo, al
lado de mis colegas Flor Jáuregui y Toño Bráñez, fuimos perseguidos por esa
gavilla de esbirros, que no deben tener nueva cabida en nuestra historia.
Cómo quisiéramos que estos sean sólo hechos del pasado. Pero no. Son
situaciones del presente, palpitantes, oscilantes como espadas de Damocles, y
entonces aparecen los Hugos Chávez, muertos pero vivos, las Cristinas
Fernández, los Rafaeles Correa, todos obsesionados contra la prensa.
Y aquí, al parecer al presidente Ollanta Humala —a quien favorecimos
porque no había mejor candidato— le ha llegado esta misma oleada febricitante:
de un tiempo a esta parte se muestra adusto con los periodistas, nos quiere dar
cátedra de nuestro oficio, nos llama “gallinazos” y, lo peor, parece que cocina
una trampa legal para ponerse a la altura de los presidentes titiriteros. Al
menos, eso dicen, que se está aderezando una ley que regularía los contenidos
de los medios independientes, al mismísimo estilo Correa.
Al respecto, tenemos que decir que todas estas son posturas
conveniencieras, inmoderadas, abusivas. En este caso no hay una atribución
política que pueda regular la prensa, pues el periodista tiene un código de
conciencia que le hace responsable sobre su trabajo y que nadie (ni siquiera el
empleador) puede vulnerar impidiendo su difusión. Pero también hay otras formas
de vulnerar la libertad de expresión. No olvidemos que corromper a los medios,
de lo cual hay indicios en nuestra ciudad, es más recusable que decir las cosas
con valentía.
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