sábado, 15 de enero de 2011

De José María Arguedas: “A nuestro padre creador Túpac Amaru”


Marx Espinoza Soriano

Este Himno Canción, publicado en 1962 como texto bilingüe, evidencia, entre otros temas, una vida nutrida del arte popular. Esgrime a la vez una posición de puente entre dos culturas; de ahí que el contenido solidario, real-maravilloso, impostergable de la cultura nativa, así como la capacidad transformadora del indígena, trasciendan su aparente sumisión:

Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.

El sentido de pertenencia del hombre andino, el respeto que éste prodigaba a la madre naturaleza se acentúan constantemente, mostrando la unidad dual cosmogónica que pervive:

Está cansado el río,

está llorando la calandria,

está dando vueltas el viento;

día y noche la paja de la estepa vibra;

nuestro río sagrado está bramando;

en las crestas de nuestros Wamanis montañas, en sus dientes, la nieve gotea y brilla.

¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?

Y no deja de ser una letanía tan conmovedora como provocadora, que incluso pareciera haber recogido Joan Manuel Serrat en su catalán “Pare” (Pare digueu-me què li han fet al riu que ja no canta…). También mana en un tono más que confesional e imprecador, la universalidad de los problemas humanos desbordando la escritura; un diálogo con el pasado más presente proyectado al futuro:

¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor helado.

Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,

nunca amada;

el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suavemente

brotan al mundo.

¡Somos aún, vivimos! (Kachqanirakmi)

Constantemente la otredad se manifiesta en múltiples aristas, la preocupación por el otro es traducida en profunda solidaridad, quizá el sentimiento más humano; y permanece indoblegable y pulcra la esperanza de continuar reconstruyendo, afirmando la identidad del hombre en su mundo ancestral:

Viene la aurora.

Me cuentan que en otros pueblos

los hombres azotados, los que sufrían,

son ahora águilas, cóndores de inmenso y libre vuelo…

Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin límites, lo que tú no pudiste lo haremos nosotros.

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