Sandro Bossio Suarez
José María Arguedas es un intelectual consumado. Aportó notablemente en la sociología, en la antropología, en la lingüística, en la arqueología, en la danza y la música, en la traducción literaria del quechua, en la interculturalidad, en la educación, y, desde luego, en la literatura.
Esta última fue, sin embargo, el estanque donde se movió con más soltura, fundando (o refundando) la corriente indigenista en América Latina. La literatura sobre temas indianos, hasta entonces, seguía haciéndose bajo la mirada de los “mistis”, es decir de los blancos que observaban desde sus palestras las iniquidades contra las sociedades campesinas.
A finales del siglo XIX, Clorinda Matto de Turner había fundado lo que se conoce como el indianismo romántico. En los años veinte del siglo XX se dieron la mano el indigenismo ortodoxo de Enrique López Albújar con el indianismo modernista de Abraham Valdelomar. Pero seguían sosteniendo la mirada indulgente y compasiva del blanco. Al reparar en eso, José Carlos Mariátegui dijo: “Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama Indigenista y no indígena. La literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla”.
Y entonces, en 1933, surgió el primer indio que escribió desde las entrañas mismas de la indiada, desde los entresijos de las sociedades andinas, desde sus esencias míticas. Y no era un indio de poncho y sombrero, sino un indio con apariencia de misti, blanco y galano, que supo imprimir en la literatura, por primera vez, su pensamiento revolucionario: el Perú es un mundo dividido en dos estratos donde, por un lado, se encuentra la cultura quechua, aplastada; y por el otro, la burguesa de origen europeo, aplastante. Arguedas, en su obra, ficciona la integración dolorosa, atormentada de estas dos culturas, convirtiendo el angustioso proceso en el núcleo de su visión literaria.
Nuestro escritor tiene verdaderas obras maestras, como “Los ríos profundos”, “Yawar fiesta” o “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, donde recorre las galerías más profundas de las idiosincrasias andinas; y otras que, sin llegar a ser grandes obras de arte (o incluso fallidas literariamente, como su ambiciosa “Todas las sangres”) se mantienen incólumes por su gran peso documental y antropológico.
Pero no sólo hubo un Arguedas en la literatura latinoamericana. También está el otro Arguedas, Alcides, el boliviano. Más cercano del indianismo modernista que del nativismo arguediano, este autor es considerado fundacional de la corriente indigenista hispanoamericana. Su épica obra “Raza de bronce”, es una obra maestra que relata la sublevación de la comunidad indígena de Kohakuyo, con el contexto del usufructo y dominación de los indios por parte de los terratenientes, la corrupción de las clases dirigentes y las discordias raciales de las comunidades.
Probablemente, Alcides y José María no se conocieron, no entablaron relación alguna (el primero nació en 1879 y el segundo en 1911), pero lo que es claro es que ambos abordaron la literatura desde una perspectiva afín, llena de valentía y conocimiento del alma indígena.
Este es un homenaje para Arguedas, el de los peruanos, por su centenario; y otro, por su obra imperecedera, para el de los bolivianos; en otras palabras para el mío, para el tuyo, para los nuestros.
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