Ángel Javier Castro Sánchez
La práctica del homosexualismo, al interior de los templos y santuarios durante la época prehispánica, en el valle del Mantaro, eran actos cotidianos. Hecho que se desprende a partir de las crónicas de Garcilazo De la Vega, Pedro Pizarro, del padre Santo Tomás, y de los informes de los Extirpadores de Idolatrías quienes refieren que el homosexualismo era practicado, con gran entusiasmo, en toda la región del Chinchaysuyo. Cieza de León no tiene reparos en reafirmar: “En todo el Perú no se hallaron de estos pecadores sino como es en cada cabo y en todo lugar uno o seis u ocho o diez de éstos que de secreto se daban a ser malos”.
En apoyo a lo dicho, Cieza de León transcribe las palabras de Fray Domingo de Santo Tomás: “Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas el demonio ha introducido este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos más, según es la importancia del ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres desde el tiempo que eran niños, y hablan como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedan a las mujeres. Con estos mozos, casi como por vía de santidad y religión, tienen los señores principales su ayuntamiento carnal y torpe los días de fiesta […] hablándoles yo sobre esta maldad que cometían […] me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para que los señores principales usaran con ellos éste maldito y nefando vicio, y para ser sacerdotes y guardas de los templos de sus ídolos”. (Cieza 1945, LXIV)
Estos rituales se revestían de un carácter mágico-religioso. El sacerdote, o “laya wanka”, tenía el poder de dominar y controlar a la naturaleza, así como también el organismo y el pensamiento de la masa humana, siendo considerado un sabio del mundo mágico andino, quien era muy temido por sus poderes sobrenaturales.
El cronista Pachacutec Yamqui afirma que el dios Viracocha era un ser andrógino, es decir, poseía dos sexos, y que todos los hermafroditas e indios de doble natura tenían como su dios a Chuqui Chinchay. Partiendo de esta premisa, Garcilazo refiere que el diablo convenció a la gente de aquella época de que sus dioses se sentían felices con la existencia de los homosexuales o “hualmish” como los llaman los pobladores de Acolla. Entonces, quedaba claro que para ostentar poderes mágicos era necesario, al parecer, que el sacerdote fuera penetrado durante el ritual religioso, según los estudios realizados por Arboleda en “Representaciones Artísticas de Actividades Homoeróticas en la cerámica Moche”.
Estos actos de inversión, responden al concepto andino que dice que el mundo siempre está naciendo, creciendo y que en su desarrollo va a establecer el nuevo círculo, que en algún momento, la temida vejez se convierte en juventud. Este hecho es denominado “Inversión del tiempo” o “Inversión histórica”, como apunta Pablo Macera en “Historia de los incas”. Es decir, el momento en que se cierra el círculo de la vida con una relación que no va a producir ningún fruto, pero que posibilita la continuidad del nuevo ciclo.
El relato de los cronistas en el sentido de que los naturales habían sido engañados por el demonio, haciéndolos creer que con la práctica del homosexualismo los sacerdotes obtendrían los poderes tanto femeninos como masculinos, a fin de conjugar en una persona el poder político, guerrero, medicinal y adivinatorio, se hizo evidente a través de la posesión de ambos espectros de la realidad humana, permitiéndoles conocer el mundo espiritual diabólico, su poder, influencia y magia. Los curacas para absorber dichos poderes tenían que sostener la relación con el susodicho sabio del pueblo, de lo contrario, ponían en peligro la paz y sobrevivencia de toda la comunidad. Empero, los hechos históricos han desmentido el engaño, a tal punto que las etnias Wanka- Xauxa sucumbieron en manos del poderoso imperio inca, y éste, a su vez, cayó posteriormente en manos de los españoles.
Estos ritos homosexuales, realizados entre los sacerdotes y los curacas, para que fuesen plenamente efectivos en cada santuario o adoratorio, tenían que ajustarse posiblemente al calendario lunar regional en cada zona de las etnias Wanka-Xauxa. Para el caso Xauxa, los estudios toponímicos hechos por Simeón Orellana Valeriano, al paraje denominado Tunanmarca (centro regional mayor) localizado en el valle de Yanamarca, demuestran que el termino no se ajusta al original, llamado Ciqui (nalga o extremidad de algo), Quilla (luna), Pukara (fortaleza), es decir: “Fortaleza de la extremidad de la luna”, identificando con toda probabilidad que el lugar estaba relacionado al culto lunar.
Esta particularidad, además, demuestra porqué la danza de la Tunantada formaba parte del ritual, realizado en la época de cosechas; y en fechas diferentes en cada “ayllo” o “malca”. Conforme a sus calendarios particulares, donde los varones se vestían de mujer, en consonancia al inicio del nuevo ciclo andino, tal como sugiere Hocquenghem.
La práctica del homosexualismo, al interior de los templos y santuarios durante la época prehispánica, en el valle del Mantaro, eran actos cotidianos. Hecho que se desprende a partir de las crónicas de Garcilazo De la Vega, Pedro Pizarro, del padre Santo Tomás, y de los informes de los Extirpadores de Idolatrías quienes refieren que el homosexualismo era practicado, con gran entusiasmo, en toda la región del Chinchaysuyo. Cieza de León no tiene reparos en reafirmar: “En todo el Perú no se hallaron de estos pecadores sino como es en cada cabo y en todo lugar uno o seis u ocho o diez de éstos que de secreto se daban a ser malos”.
En apoyo a lo dicho, Cieza de León transcribe las palabras de Fray Domingo de Santo Tomás: “Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas el demonio ha introducido este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos más, según es la importancia del ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres desde el tiempo que eran niños, y hablan como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedan a las mujeres. Con estos mozos, casi como por vía de santidad y religión, tienen los señores principales su ayuntamiento carnal y torpe los días de fiesta […] hablándoles yo sobre esta maldad que cometían […] me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para que los señores principales usaran con ellos éste maldito y nefando vicio, y para ser sacerdotes y guardas de los templos de sus ídolos”. (Cieza 1945, LXIV)
Estos rituales se revestían de un carácter mágico-religioso. El sacerdote, o “laya wanka”, tenía el poder de dominar y controlar a la naturaleza, así como también el organismo y el pensamiento de la masa humana, siendo considerado un sabio del mundo mágico andino, quien era muy temido por sus poderes sobrenaturales.
El cronista Pachacutec Yamqui afirma que el dios Viracocha era un ser andrógino, es decir, poseía dos sexos, y que todos los hermafroditas e indios de doble natura tenían como su dios a Chuqui Chinchay. Partiendo de esta premisa, Garcilazo refiere que el diablo convenció a la gente de aquella época de que sus dioses se sentían felices con la existencia de los homosexuales o “hualmish” como los llaman los pobladores de Acolla. Entonces, quedaba claro que para ostentar poderes mágicos era necesario, al parecer, que el sacerdote fuera penetrado durante el ritual religioso, según los estudios realizados por Arboleda en “Representaciones Artísticas de Actividades Homoeróticas en la cerámica Moche”.
Estos actos de inversión, responden al concepto andino que dice que el mundo siempre está naciendo, creciendo y que en su desarrollo va a establecer el nuevo círculo, que en algún momento, la temida vejez se convierte en juventud. Este hecho es denominado “Inversión del tiempo” o “Inversión histórica”, como apunta Pablo Macera en “Historia de los incas”. Es decir, el momento en que se cierra el círculo de la vida con una relación que no va a producir ningún fruto, pero que posibilita la continuidad del nuevo ciclo.
El relato de los cronistas en el sentido de que los naturales habían sido engañados por el demonio, haciéndolos creer que con la práctica del homosexualismo los sacerdotes obtendrían los poderes tanto femeninos como masculinos, a fin de conjugar en una persona el poder político, guerrero, medicinal y adivinatorio, se hizo evidente a través de la posesión de ambos espectros de la realidad humana, permitiéndoles conocer el mundo espiritual diabólico, su poder, influencia y magia. Los curacas para absorber dichos poderes tenían que sostener la relación con el susodicho sabio del pueblo, de lo contrario, ponían en peligro la paz y sobrevivencia de toda la comunidad. Empero, los hechos históricos han desmentido el engaño, a tal punto que las etnias Wanka- Xauxa sucumbieron en manos del poderoso imperio inca, y éste, a su vez, cayó posteriormente en manos de los españoles.
Estos ritos homosexuales, realizados entre los sacerdotes y los curacas, para que fuesen plenamente efectivos en cada santuario o adoratorio, tenían que ajustarse posiblemente al calendario lunar regional en cada zona de las etnias Wanka-Xauxa. Para el caso Xauxa, los estudios toponímicos hechos por Simeón Orellana Valeriano, al paraje denominado Tunanmarca (centro regional mayor) localizado en el valle de Yanamarca, demuestran que el termino no se ajusta al original, llamado Ciqui (nalga o extremidad de algo), Quilla (luna), Pukara (fortaleza), es decir: “Fortaleza de la extremidad de la luna”, identificando con toda probabilidad que el lugar estaba relacionado al culto lunar.
Esta particularidad, además, demuestra porqué la danza de la Tunantada formaba parte del ritual, realizado en la época de cosechas; y en fechas diferentes en cada “ayllo” o “malca”. Conforme a sus calendarios particulares, donde los varones se vestían de mujer, en consonancia al inicio del nuevo ciclo andino, tal como sugiere Hocquenghem.
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