Técnica y afectividad en la construcción rural
Josué Sánchez
Dos elementos constituyen la base de la construcción de la vivienda rural en el Valle del Mantaro: técnica y afectividad. Como en toda obra el elemento técnico es indispensable. Desde cómo hacer adobes, cubicar la madera y elaborar tejas hasta el proceso de “chacleado” y techado, los habitantes de las zonas rurales del Valle del Mantaro tienen, por lo general, un vasto conocimiento de las técnicas y materiales de construcción. Debido a una experiencia de trabajo ganada en las minas como armadores de estructuras, o como obreros y peones de construcción civil en las ciudades, o en calidad de licenciados del ejército y, especialmente, por la participación desde la infancia en las faenas comunales y familiares, los pobladores de estas zonas adquieren destrezas y conocimientos que les permiten un manejo adecuado de las técnicas y los materiales usados antiguamente y de los que se usan en la actualidad.
En una misma localidad, por ejemplo, existen viviendas construidas recientemente donde se han empleado las tradicionales maderas de molle, quinhual o quishuar, junto a otras viviendas donde la materia prima ha sido el eucalipto u otras maderas provenientes de la selva de uso actual, todas utilizadas con igual maestría.
Pero si el elemento técnico es importante en la construcción de una vivienda rural en el Valle del Mantaro, no lo es menos el elemento afectivo: familiar y comunitario. Desde el momento en que una pareja decide construir una casa, ya la familia y la comunidad le brindan el apoyo necesario.
Enterados de la decisión de construir, padres, hermanos, tíos y demás familiares se comprometen de inmediato a colaborar con trabajo y materiales. Luego se procede a pedir permiso a la “pachamama” ofreciéndole los respectivos obsequios de licor, coca, cigarros, chicha, feto de llama o perro negro. Cumplidos estos ritos, la pareja está expedita para empezar la construcción en su nuevo rol de “patrones”, iniciándose entonces la cimentación, de acuerdo al croquis de ubicación y distribución del terreno levantado previamente. Con anterioridad se ha contratado un maestro de obras, que es el único que trabaja en calidad de asalariado y está encargado de la dirección de la obra. Todos las demás personas que prestan su concurso en la construcción de la vivienda, hombres y mujeres, adoberos y barreros, lo hacen bajo la modalidad de “uyay” o de “uyay cutichi”, es decir, de préstamo de trabajo o de devolución del mismo.
La construcción de la vivienda tiene así un fuerte contenido afectivo y festivo. Sustentado por el cariño, el levantamiento de los muros o “pirca” se realiza rápidamente, las más de las veces en sólo tres días, siempre acompañado por el rítmico sonido de pincullos y cornetas.
En ese corto tiempo, entre descanso y descanso amenizado con coca, chicha y cigarros, se lleva a cabo una competencia de destrezas. Es en ese momento donde puede apreciarse en mayor medida el gran manejo de las técnicas constructivas de los pobladores rurales. Nadie permanece ocioso y todos saben qué es lo que debe hacerse, aún los niños mayores que colaboran en tareas sencillas, como la de llevar agua.
Los desayunos y las cenas son abundantes y colectivos. El trabajo se evalúa entre bromas y comparaciones con obras anteriores. También se baila y se bebe, siempre conservando la mesura porque al día siguiente el trabajo aguarda.
Levantados los muros, pasan entre quince días y un mes antes de que se proceda a la armadura del techo, colocando cumbreras, vigas y “chaclas”. El techado se efectúa velozmente, en uno o dos días. La música sigue presente hasta el momento final, cuando una cruz de zafacasa desde lo alto del techo indica que el trabajo ha terminado y la alegría se desborda.
Josué Sánchez
Dos elementos constituyen la base de la construcción de la vivienda rural en el Valle del Mantaro: técnica y afectividad. Como en toda obra el elemento técnico es indispensable. Desde cómo hacer adobes, cubicar la madera y elaborar tejas hasta el proceso de “chacleado” y techado, los habitantes de las zonas rurales del Valle del Mantaro tienen, por lo general, un vasto conocimiento de las técnicas y materiales de construcción. Debido a una experiencia de trabajo ganada en las minas como armadores de estructuras, o como obreros y peones de construcción civil en las ciudades, o en calidad de licenciados del ejército y, especialmente, por la participación desde la infancia en las faenas comunales y familiares, los pobladores de estas zonas adquieren destrezas y conocimientos que les permiten un manejo adecuado de las técnicas y los materiales usados antiguamente y de los que se usan en la actualidad.
En una misma localidad, por ejemplo, existen viviendas construidas recientemente donde se han empleado las tradicionales maderas de molle, quinhual o quishuar, junto a otras viviendas donde la materia prima ha sido el eucalipto u otras maderas provenientes de la selva de uso actual, todas utilizadas con igual maestría.
Pero si el elemento técnico es importante en la construcción de una vivienda rural en el Valle del Mantaro, no lo es menos el elemento afectivo: familiar y comunitario. Desde el momento en que una pareja decide construir una casa, ya la familia y la comunidad le brindan el apoyo necesario.
Enterados de la decisión de construir, padres, hermanos, tíos y demás familiares se comprometen de inmediato a colaborar con trabajo y materiales. Luego se procede a pedir permiso a la “pachamama” ofreciéndole los respectivos obsequios de licor, coca, cigarros, chicha, feto de llama o perro negro. Cumplidos estos ritos, la pareja está expedita para empezar la construcción en su nuevo rol de “patrones”, iniciándose entonces la cimentación, de acuerdo al croquis de ubicación y distribución del terreno levantado previamente. Con anterioridad se ha contratado un maestro de obras, que es el único que trabaja en calidad de asalariado y está encargado de la dirección de la obra. Todos las demás personas que prestan su concurso en la construcción de la vivienda, hombres y mujeres, adoberos y barreros, lo hacen bajo la modalidad de “uyay” o de “uyay cutichi”, es decir, de préstamo de trabajo o de devolución del mismo.
La construcción de la vivienda tiene así un fuerte contenido afectivo y festivo. Sustentado por el cariño, el levantamiento de los muros o “pirca” se realiza rápidamente, las más de las veces en sólo tres días, siempre acompañado por el rítmico sonido de pincullos y cornetas.
En ese corto tiempo, entre descanso y descanso amenizado con coca, chicha y cigarros, se lleva a cabo una competencia de destrezas. Es en ese momento donde puede apreciarse en mayor medida el gran manejo de las técnicas constructivas de los pobladores rurales. Nadie permanece ocioso y todos saben qué es lo que debe hacerse, aún los niños mayores que colaboran en tareas sencillas, como la de llevar agua.
Los desayunos y las cenas son abundantes y colectivos. El trabajo se evalúa entre bromas y comparaciones con obras anteriores. También se baila y se bebe, siempre conservando la mesura porque al día siguiente el trabajo aguarda.
Levantados los muros, pasan entre quince días y un mes antes de que se proceda a la armadura del techo, colocando cumbreras, vigas y “chaclas”. El techado se efectúa velozmente, en uno o dos días. La música sigue presente hasta el momento final, cuando una cruz de zafacasa desde lo alto del techo indica que el trabajo ha terminado y la alegría se desborda.
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