(Fragmento)
VI
Entonces en la escala de la tierra he subido entre la atroz maraña de las selvas perdidas hasta ti, Macchu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares, por fin morada del que lo terrestre no escondió en las dormidas vestiduras. En ti, como dos líneas paralelas, la cuna del relámpago y del hombre se mecían en un viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.
Pala perdida en la primera arena.
Ésta fue la morada, éste es el sitio:aquí los anchos granos del maíz ascendierony bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuñaa vestir los amores, los túmulos, las madres,el rey, las oraciones, los guerreros.
Aquí los pies del hombre descansaron de nochejunto a los pies del águila, en las altas guaridascarniceras, y en la aurorapisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida,y tocaron las tierras y las piedrashasta reconocerlas en la noche o la muerte.
Miro las vestiduras y las manos, el vestigio del agua en la oquedad sonora, la pared suavizada por el tacto de un rostro que miró con mis ojos las lámparas terrestres, que aceitó con mis manos las desaparecidas maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas, palabras, vino, panes, se fue, cayó a la tierra.
Y el aire entró con dedosde azahar sobre todos los dormidos:mil años de aire, meses, semanas de aire,de viento azul, de cordillera férrea,que fueron como suaves huracanes de pasoslustrando el solitario recinto de la piedra.
De Canto general, Pablo Neruda, 1950.
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