El río narra la historia
Josué Sánchez
El río narra la historia, navegando río arriba, río abajo: “Allí está la mujer que se metió a vivir con el tigre... Allí, la joven embarazada de un sapo, desde cuyas entrañas se escucha el croar del hijo.... Allí habita la mujer violada por la Luna, que dio a luz al Sol”.
En la verde azul floresta de la selva peruana, el Amazonas, el río mítico, narra la historia. La historia de los seres humanos transformados en aves o reptiles y condenados a vivir lamentándose en busca de redención. La historia del tunchi que vive en la oscuridad y se alimenta de las personas codiciosas que buscan riquezas mal habidas. La historia de los seres de la selva, hombres y bestias, árboles y plantas.
Seres como el “chullachaqui” de pies desiguales, que encanta a las mujeres y, cual guardián de la naturaleza, se encarga de alejar a los cazadores codiciosos, asustándolos con su presencia. Jóvenes que viven acompañados del “ajútap”, el espíritu de los antepasados, que les ayuda a discernir el bien del mal, que les da valor para luchar contra sus enemigos y conocimiento para caminar hacia el futuro libres de culpa; y, de ese modo, convertirse en “waimakos”, una vez probados, limpios de cuerpo y espíritu.
Entre los “aguaruna” –la gente de las aguas–, los “waimakos” son los hombres que viven en armonía con su familia y la naturaleza. Hombres que conocen las propiedades curativas de las plantas, que no depredan la selva y cazan y pescan exactamente lo necesario para alimentarse, viviendo siempre en armonía con el “apajuí” y la “nankui”.
El “apajuí” es el Dios padre, el que da la luz, el aire y está arriba. La “nankui” es la diosa del subsuelo, la que enseña a las mujeres cómo cuidar a los hijos, cómo cocinar y usar la arcilla para hacer las ollas; la que enseña a estar en contacto con el fuego.
De esta manera se explica la realidad, a diario, de boca en boca, en el quehacer cotidiano, mientras se va preparando la merienda. Entre comentario y comentario de lo vivido en el día, narrando historias al hijo. Mitos, leyendas, historias que pasan del abuelo al padre, del padre al hijo, así como el río narra la historia en cada estación, en cada crecida.
En los atardeceres, cuando llegan las sombras, en los frescos bohíos donde la familia se reúne a beber el espeso masato y a comer la nutritiva yuca, flora y fauna comienzan a romper el silencio. Loros, otorongos, tapires, sachavacas, cotomonos, bejucos, lianas, guayabas, pacaes, nogales, palo rosas, diablo fuertes, orquídeas hablan y hablan, se pasan la voz, murmuran al paso de las hormigas, las arañas y las moscas; mientras mariposas turquesas, rojas, amarillas y negras conversan con las temidas serpientes de bocas sagradas que guardan el secreto ancestral de los que viven en la selva.
Nuevas y extrañas gentes han llegado a estas tierras. Huyendo de sus propias guerras, de sus propios miedos, o por el deseo de hacer fortuna; migrantes, colonos y perseguidos por la justicia, descienden asombrados y medrosos de las tierras altas y se aventuran por el río desconocido, entre la lujuriante vegetación, oyendo el canto de los pájaros. A estos aventureros la selva finalmente les roba el espíritu y los atrapa en su encanto, hermanándolos con la naturaleza, porque al fin y al cabo, llegan de las serranías andinas igualmente mágicas.
Otros, sin embargo, encerrados en sus rascacielos de vidrio, no han sentido jamás la tibieza del viento, no han visto al Sol desplegar en mil colores las gotas de lluvia, no han oído el canto del grillo, no han vivido la auténtica vida y no les importa arrebatarnos la nuestra. Sólo quieren quitarnos el río, la dulzura del agua, la limpieza del aire, nuestras historias, nuestras esperanzas y nuestro futuro. Así, mientras navegamos río arriba, río abajo; así, poco a poco, los colores de la verde azul floresta se están desgarrando.
De esta manera se explica la realidad, a diario, de boca en boca, en el quehacer cotidiano, mientras se va preparando la merienda.
Pintura: “Selva real maravillosa”, Josué Sánchez
Pintura: “Selva mágica”, Josué Sánchez
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