La fauna de la noche
Sandro Bossio
Entonces Eduardo se descubrió el torso y, decidido, se extendió a su lado para comenzar a besarla, abarcando rápidamente su cuerpo largo, ambicionado. «Usa medias con elástico, pensó. Qué rico». Con manos iluminadas, sin dejar de besarla, reconocía sin tropiezos el mecanismo de los cierres y los botones, liberando la blusa, soltando el sujetador, hasta que los pechos cedieron, blancos y turgentes, al asalto de sus labios. Valeria dejaba escuchar su respiración agitada, sus arrullos, sus balbuceos, que se volvieron un gemido cuando la mano de Eduardo alcanzó, bajo la falda, el vértice húmedo que palpitaba como un molusco.
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