Jorge Jaime
Valdez
Chavela Vargas vivió y bebió como
quiso. Murió esta semana y con ella se apagó un mito de la cultura mexicana del
siglo XX. Su voz desgarrada acompañó a llorar a todos los que sufrieron por
amor alguna vez, y sirvió para olvidar o curar las penas del alma. Las letras
del gran José Alfredo Jiménez nunca hubieran sido las mismas si no hubieran
salido de la voz gastada de una mujer que cantaba con el corazón en la garganta,
y con los ojos nublados de tanto desamor.
Su vida fue una gran novela, llena de
traiciones, de dolor, de carencias, de noches interminables de tequila y dudas.
Nació en Costa Rica pero siempre fue mexicana, más que el tequila que bebió en
cantidades oceánicas, o que los mariachis que la acompañaban cuando convertía
las rancheras en verdaderos himnos de los amores contrariados.
“En el boulevar de los sueños rotos/
vive una dama de poncho rojo/ pelos de plata y carne morena/ mestiza ardiente
de lengua libre/ gata valiente de piel de tigre/ como de rayo de luna llena”,
así la describió el cantautor español Joaquín Sabina en una hermosa canción que
le dedicó con admiración y que cantó a dúo con ella: “Noches de boda”, que registra
la voz ya agrietada de la Vargas.
Otro español, Pedro Almodóvar, la
admiró y la quiso con la misma intensidad, al grado que utilizó su canto para
acompañar imágenes de sus películas: “Kika”, “Carne trémula” y “La flor de mi
secreto”. En esta última, nunca sonó mejor “El último trago” acompañando a una
mujer destruida por los males del amor; el personaje que interpretó Marisa
Paredes, en la cinta, bebe un trago mientras en el televisor del bar vemos a la
cantante abriendo los brazos como Cristo pero con poncho rojo y negro, como
solo ella sabía hacerlo.
Volviendo al boulevar de los sueños
rotos, escuchamos que “se escapó de una cárcel de amor, de un delirio de
alcohol, de mil noches en vela, las amarguras no son amargas cuando las canta
Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo”, totalmente de acuerdo con Sabina;
sin embargo, habría que decir que las amarguras no son amargas pero sí muy
tristes cuando las escuchamos de la voz agrietada y sola de Chavela, tan
tristes que harían llorar a un tronco.
Isabel Vargas Lizano era su nombre
real y vivió 93 años. Ya en el ocaso de su vida aceptó su homosexualidad. Nunca
se casó ni tuvo hijos, sufrió mucho por amor y eso se nota cuando canta. Pocas
voces conmueven tanto al interpretar boleros y rancheras que lo dejan a uno con
un nudo en la garganta. Fue una figura icónica de la cultura azteca, conoció y
se relacionó con algunas figuras emblemáticas, como María Félix, Agustín Lara,
José Alfredo Jiménez, Mario Moreno “Cantinflas”, Carlos Fuentes, Diego Rivera o
Frida Khalo, con quien habría tenido un romance.
Su voz grave en un inicio fue
incomprendida. Era una cantante marginal, nadie creía entonces que algún día
sería querida por miles de admiradores en el mundo. Almodóvar fue quien la sacó
del olvido, como lo hizo con otros intérpretes de música popular poco
conocidos. Gracias a su cine escuchamos al cubano “Bola de Nieve”, a La Lupe, a
Lola Beltrán o a la española de origen africano Concha Buika.
La paloma negra de los excesos no
murió, estará feliz tomándose el último trago con dios o con algún demonio, y
en algún lugar del alma su voz nos seguirá cantando: “Ojalá que te vaya
bonito”, “Fallaste corazón” o “Vámonos”, y nosotros, desconsolados, la
seguiremos queriendo y llorando por siempre.
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