miércoles, 22 de agosto de 2012

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Julio Ramón y sus fantásticos juegos

Sandro Bossio Suárez



Julio Ramón Ribeyro fue un extraordinario narrador. Tuvo especial predilección por los temas sociales y realistas. Sin embargo, en algunas ocasiones se interesó por las cuestiones fantásticas. En ese género su talento narrativo también alcanzó gran altura.
Probablemente, han sido Maupassant (en los cuentos fantásticos) y Kafka (en los relatos con acentos del absurdo) los escritores que influyeron en su incursión en este género. Sus cuentos fantásticos son “La careta”, “Doblaje”, “La insignia”, “Demetrio” y “Ridder y el pisapapeles”. Pero Ribeyro no sólo escribió relatos direccionalmente fantásticos, sino también algunos con sutiles acentos de la literatura de lo ilógico. En ellos destacan “Los jacarandás” y “Silvio en el rosedal”.
“La careta” es un cuento genial, redondo, y sin embargo poco conocido de Ribeyro. Fue escrito cuando estaba todavía en el colegio, según sus propias confesiones, y trata sobre un pobre diablo que al no tener una máscara para asistir a una fiesta de disfraces, decide usar su propio rostro como careta. Al final, al no poder sacarse la máscara como le indica el anfitrión, termina con el rostro desollado.
“Doblaje” es, a su turno, un cuento portentoso. Como los grandes cuentistas de este género (Hoffmann, Poe, Dostoievski, Borges, Cortázar), el autor aquí trata también del doble (o sosías). En este caso un inglés maniático se desplaza a las antípodas (en el cuento Australia) en busca de su supuesto doble antagónico. Allá vivirá una serie de experiencias extrañas, que terminarán involucrándolo sentimentalmente con una muchacha, quien parece conocerlo desde tiempo antes. Al regresar a Londres, encontrará que alguien (su propio doble, que sabe quién es y cómo actuar, y se escamotea siempre) ha vivido en su departamento y hasta ha terminado la pintura inconclusa que él ha dejado antes de partir.
En "El libro en blanco" nos presenta un relato aterrador, cuyo protagonista es un libro maldito que arrastra muerte, soledad y catástrofes.
“La insignia” es un cuento ingenioso, diestramente elaborado, en el que un hombre encuentra un emblema en la calle y, a partir de su hallazgo, es incluido en una sociedad secreta, donde nunca ve a sus ascendientes, pero cada vez va escalando posiciones y teniendo más prerrogativas. Aquí, aparte de contarnos una historia por demás misteriosa y seductora, el autor cumple además una función crítica y burlesca a las logias del mundo.
Por su lado, los juegos con el tiempo estructuran "Demetrio", un cuento casi gótico, de horror, en el que se maneja magistralmente el suspenso y la tensión dramática: un hombre ha encontrado el diario de su amigo muerto hace casi nueve años en el que, sin embargo, el difunto ha escrito vivencias futuras (por ejemplo lo que ocurrirá ese día a la medianoche). Mientras el protagonista se pregunta cómo puede ser eso, se escuchan, afuera, los pasos lentos de Demetrio, el muerto, subiendo las escaleras para cumplir con lo que escribió en el diario: “El 10 de noviembre de 1953 visité a mi amigo Marius Carlen”.
En "Ridder y el pisapapeles", un adorno es lanzado una noche en Lima para espantar a los gatos y éste cae en Bélgica, anulando la distancia espacial. Un cuento sumamente entretenido, bien edificado, increíblemente gráfico. Su maestría radica en el sorprendente final abierto.
"Los jaracandás" y “Silvio en el Rosedal” son cuentos que, si bien no tratan el tema fantástico directamente, enclavan en sus pliegues una serie de guiños fantásticos, ilusorios, misteriosos y hasta absurdos (como los niños que juegan al fútbol usando una mariposa en el primer cuento o los acertijos del segundo).
Concluimos junto con el estudioso italiano Giovanni Minardi en que Julio Ramón Ribeyro “sobresale de manera excelente en el género fantástico”.

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