Enrique Ortiz Palacios
Campesino llora la muerte de su hermano a manos de Sendero Luminoso – Foto: Nortecastilla.es |
Usamos la memoria para recordar y de
esa forma evitamos repetir errores, no es casualidad que la etimología latina
de la palabra recordar es “volver a pasar por el corazón”, aclarando que los
romanos y griegos asumían que en el pecho se encontraba la mente. Recordar
significa entonces “volver a pasar por la mente”.
Son veinte años de la captura de
Abimael Guzmán, el perpetrador de los hechos más violentos en nuestra historia
republicana y debemos “recordari”.
Recordar, por ejemplo, que esos años de brutalidad no dejaron ganadores
o perdedores, recordar que no hubo malos o buenos, debemos recordar que solo
hubo “víctimas”, que fuimos todos los peruanos.
Mucho tiempo después de esta captura
nos enteramos que la policía y las fuerzas armadas nunca coordinaron esfuerzos,
que cada grupo buscaba atribuirse méritos. Nos enteramos que el servicio de
inteligencia militar no era tan inteligente. Descubrimos que el dictador que se
atribuyó la captura “del siglo” no estaba ni lo más remotamente al tanto del
seguimiento que un grupo de policías realizaba (el día de la captura, el “chino”
pescaba apaciblemente en la selva).
Han pasado veinte años y me apena ver
por la televisión, o en los periódicos, algunos mozalbetes levantando el puño
en alto al estilo Abimael, exigiendo la liberación del genocida, y pienso que a
ellos no les llegó el recuerdo, o tal vez creen que los años de violencia
fueron como las películas hollywoodenses en donde se aprecia que las matanzas
son un arte, una postura o un acto heroico.
Todavía están en mi memoria los
apagones, los rezos de aquel niño que fui para que papá regresara completo de
la comisaria donde trabajaba. Aún no olvido el rostro de esa muchacha que me
tocó empujar, porque se había quedado paralizada por el bombardeo en la
universidad donde me tocó estudiar y que nos salvó de morir despedazados.
Recuerdo el rostro de mi amigo Nelson,
de la Facultad de Medicina, cuando me contaba las torturas a las que habían
sido sometidos los universitarios encontrados en plazas, calles o basurales.
Todavía recuerdo a Ignacio, el amigo que tuvo que irse del país con toda la
familia a un futuro incierto, aunque no quería hacerlo porque sabía que nunca
más iba a ver a sus amigos.
¡Nunca más!, nunca más
permitamos a los “abimaeles”, a los fanáticos, a los charlatanes, a los que son
incapaces de escuchar al otro, a los que solo se imponen con el grito, la
patada o el empujón, a aquellos que se creen los dueños de la verdad, los Robin
Hood de los pobres. No olvides Lucanamarca, Pococro, Tarata, La Cantuta. No
olvides.
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