Jhony
carhuallanqui
De acuerdo a la tradición cristiana,
la denominación originaria del llamado “Día
de los Muertos” es en realidad “Día
de la Conmemoración de los Fieles Difuntos”. Esta festividad fue iniciada por
San Odilón (hacia el año 998) y oficializada luego en toda la Iglesia Católica.
El compromiso en esta fecha —celebrada el 2 de noviembre— es el de rezar por el
alma del fallecido para que su estancia en el “purgatorio” sea breve y menos tormentosa, pues pasada esta etapa,
podrá ascender al reino de los cielos para disfrutar de la gloria de Dios.
Según se entiende, cuando una persona
muere, ya no puede hacer nada para ganarse el paraíso, pero los que quedaron
vivos, pueden interceder por su perdón y salvación, asegurando que alcance así
la paz divina. Estas oraciones piadosas que acompañan su espíritu se llaman “sufragios”, y pueden aliviar el tormento
del alma.
En realidad, este acto misericordioso,
según la tradición católica, es cíclico,
pues oramos para que los desdichados
lleguen al cielo y luego, ellos intercederán por nosotros para las
bendiciones del Altísimo.
Se cuenta que el origen de este
benévolo gesto se remonta al episodio bíblico del Diluvio Universal. Este
castigo abandonó muchas almas en el camino y los descendientes de Noé rezaban
por ellos, pues según sabemos, todo pecado lleva una culpa y una pena, siendo
la confesión la forma de aliviar la primera y los rezos de otros —tras la muerte—,
sirven para mitigar la segunda.
Así llegamos hasta el Día de los
Muertos, pero esta festividad hoy dista mucho de su origen, y ha adquirido
prácticas culturales curiosas como la “calaca”
(calavera) en México, o en China donde queman réplicas de objetos en papel para
así “enviarlas” al otro mundo. Se incluyen desde iPhones 4S hasta fotografías de famosas modelos, todo con el fin
que el extinto no la pase tan mal.
En nuestro país se va extinguiendo la
costumbre de preparar los “Tantawawas” para la ofrenda, lo mismo que renovar las
cruces de madera en cada tumba y el preparar la corona de flores para llevarla
al cementerio. Aún subsiste la práctica de preparar en casa “la mesa del
difunto”, aunque ya no con la misma dedicación.
Sin embargo, anterior a éste, se
celebra el “Día de Todos los Santos”, o convenientemente
llamado el “Día de los Vivos”. Fue instituido para recordar a mártires cristianos
(víctimas de la persecución del emperador Diocleciano), mas el celebrar una
jornada para cada santo (víctima) habría sido imposible por la cantidad, por
eso, a iniciativa del Papa Gregorio III (aproximadamente el año 731), se
oficializó su celebración el 1 de noviembre.
Estas dos fechas, tienen como antesala el 31
de octubre, la “Noche de Brujas”. En realidad, esta festividad se origina en la
tradición celta del “Samhai”, según
la cual en esta noche los espíritus nos visitan, pues las puertas del
inframundo se abren, por eso solían avivar hogueras para ahuyentarlos o se
disfrazaban de fantasmas para hacerles creer que también eran espíritus. Con la
conversión al cristianismo se denominó “All Hallow Even” (Víspera de todo lo
sagrado) que devino en Halloween.
En
realidad, distinguir lo sagrado de lo pagano es confuso, pero estos tres
días conservan un significado espiritual
en la vida de las personas, que con diferentes matices buscan vincularse el
concepto simbólico de “La vida y la muerte”. Mas, como dicen por ahí: «Hay que cuidarse más de los vivos que de los
muertos, porque el muerto, muerto está, y no ha dado indicios de querer volver
a fastidiar, al menos, no frecuentemente».
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