«El rastro de tu sangre en la nieve»
Gabriel García Márquez
Nena Daconte había cumplido apenas dieciocho años (…). Se había
desnudado por completo para ponerse el traje de baño cuando empezó la estampida
de pánico y los gritos de abordaje en las casetas vecinas, pero no entendió lo
que ocurría hasta que la aldaa de su puertasaltó en astillas y vio parada
frente a ella al bandolero más hermoso que se podía concebir. Lo único que
llevaba puesto era un calzoncillo lineal de falsa piel de leopardo, y tenía el
cuerpo apacible y elástico y el color dorado de la gente de mar. En el puño derecho,
donde tenía una esclava metálica de gladiador romano, llevaba enrollada una cadena
de hierro que le servía de arma mortal, y tenía colgada del cuello una medalla
sin santo que palpitaba en silencio con el susto del corazón. (…). Nena Daconte
permaneció de pie, inmóvil, sin hacer nada por ocultar su desnudez intensa.
Billy Sánchez cumplió entonces con su rito pueril: se bajó el calzoncillo de
leopardo y le mostró su respetable animal erguido. Ella lo miró de frente y sin
asombro.
—Los he visto más grandes y más firmes —dijo, dominando el terror—. De
modo que piensa bien lo que vas a hacer, porque conmigo te tienes que comportar
mejor que un negro.
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