La leyenda de Huancayo
Isabel Córdova
Rosas
Hace muchísimo tiempo, cuando Huancayo
era una gran laguna y los pobladores vivían en las alturas, Urpy y su abuelo,
sentados en lo más alto de un cerro, contemplaban el atardecer rojo púrpura que
envolvía a todo el horizonte. La niña le preguntó al anciano por qué se había
pintado de ese color el cielo y la tierra. «Es nuestro Dios tutelar, Wallallo
Carhuancho, que ha dejado su morada para anunciarnos que algo de gran
envergadura va a pasar, por eso se ha vestido de rojo», le respondió su abuelo.
Urpy con curiosidad le volvió a
preguntar: «¿Dónde queda la morada de este dios?». «Su morada es el
Waytapallana», y señalándole le dijo: «Aquel sagrado y poderoso cerro, vestido
con una gran túnica de nieve, Señor de cumbres y nevados, guardián de todas
estas tierras, es el hogar de nuestro dios».
El anciano se quedó en silencio,
meditando y luego prosiguió: «Ahora tienes que saber de dónde vinieron nuestros
primeros padres, es bueno que te enteres de tus orígenes, para que un día
relates a tus hijos, y los hijos de tus hijos continúen contando, que tenemos un origen común». Con
la mano señaló hacia el Sur y le dijo: «En ese lugar hay un manantial de agua
cristalina, de sus entrañas brotaron nuestros primeros padres, el Taita y la
Mama, salieron vestidos de blanco, para fundar estos pueblos. Enseñaron a los
hombres y mujeres, por igual, a labrar la tierra, a cuidar a los animales, a
hilar, tejer y bordar. Fabricar utensilios y lanzas, para cazar auquénidos y
utilizar su carne para alimentarse. Con la lana y el pellejo, fabricar su ropa
y con los huesos, usos y peines». Urpy miraba con admiración al sabio anciano y
no se perdía ningún detalle, de los relatos que le contaba.
«Pasaron muchas noches con sus días, y una mañana, cuando el sol se
encontraba en el centro del azul intenso del cielo y los habitantes de las alturas cultivaban sus
tierras, sintieron un estruendoso sonido, corrieron hasta el filo de la montaña
y vieron atónitos que las aguas mudas y tranquilas del gran lago, comenzaron a
retirarse abriendo varios causes en diferentes direcciones.
»Los pobladores no salían de su
asombro, temerosos por los caprichos de la madre naturaleza, montaron guardia,
por sí las aguas volvían y subían enfurecidas para desaparecer a todo ser
viviente que se cruzara en su recorrido».
»Una mañana, uno de los hombres que
vigilaba desde lo más alto de un cerro, llamó a los pobladores, quienes
acudieron de inmediato, y vieron maravillados que la laguna se había ido para
siempre y que en su reemplazo había dejado un vasto y grandioso territorio. Y
en el mismo centro, de pie, erguida y altiva una inmensa piedra solitaria».
Urpy, llorando, se abrazó a su abuelo
y le dijo que tenía mucho miedo. El anciano la consoló y le contó lo que su
abuelo le había relatado, que un día la laguna desaparecería y ese lugar se
transformaría en un hermoso valle de tierra fértil, bañada por varios ríos, a
donde la gente bajaría de las alturas para construir sus casas, cultivar la
tierra y cuidar de sus animales.
Los artesanos se ocuparían de fabricar
finísimos tejidos y bordados, y con su sabiduría dejarían grabadas nuestra
historia en mantas, fajas, mates y cerámicas. Y todos sus pobladores serían
como esa inmensa Wanka: indomables, aguerridos, fuertes y valerosos. Que no se
amilanarán ante nada, ni ante nadie y que un día, a nuestro gran pueblo le
llamarán “Wanka Yuq”, «el que tiene la
piedra».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.