lunes, 12 de noviembre de 2012

PLAN LECTOR: TRADICIONES ORALES ANDINAS N° 1


La leyenda de Huancayo

Isabel Córdova Rosas



Hace muchísimo tiempo, cuando Huancayo era una gran laguna y los pobladores vivían en las alturas, Urpy y su abuelo, sentados en lo más alto de un cerro, contemplaban el atardecer rojo púrpura que envolvía a todo el horizonte. La niña le preguntó al anciano por qué se había pintado de ese color el cielo y la tierra. «Es nuestro Dios tutelar, Wallallo Carhuancho, que ha dejado su morada para anunciarnos que algo de gran envergadura va a pasar, por eso se ha vestido de rojo», le respondió su abuelo.
Urpy con curiosidad le volvió a preguntar: «¿Dónde queda la morada de este dios?». «Su morada es el Waytapallana», y señalándole le dijo: «Aquel sagrado y poderoso cerro, vestido con una gran túnica de nieve, Señor de cumbres y nevados, guardián de todas estas tierras, es el hogar de nuestro dios».
El anciano se quedó en silencio, meditando y luego prosiguió: «Ahora tienes que saber de dónde vinieron nuestros primeros padres, es bueno que te enteres de tus orígenes, para que un día relates a tus hijos, y los hijos de tus hijos continúen  contando, que tenemos un origen común». Con la mano señaló hacia el Sur y le dijo: «En ese lugar hay un manantial de agua cristalina, de sus entrañas brotaron nuestros primeros padres, el Taita y la Mama, salieron vestidos de blanco, para fundar estos pueblos. Enseñaron a los hombres y mujeres, por igual, a labrar la tierra, a cuidar a los animales, a hilar, tejer y bordar. Fabricar utensilios y lanzas, para cazar auquénidos y utilizar su carne para alimentarse. Con la lana y el pellejo, fabricar su ropa y con los huesos, usos y peines». Urpy miraba con admiración al sabio anciano y no se perdía ningún detalle, de los relatos que le contaba.
  «Pasaron muchas noches con sus días, y una mañana, cuando el sol se encontraba en el centro del azul intenso del cielo y  los habitantes de las alturas cultivaban sus tierras, sintieron un estruendoso sonido, corrieron hasta el filo de la montaña y vieron atónitos que las aguas mudas y tranquilas del gran lago, comenzaron a retirarse abriendo varios causes en diferentes direcciones.
»Los pobladores no salían de su asombro, temerosos por los caprichos de la madre naturaleza, montaron guardia, por sí las aguas volvían y subían enfurecidas para desaparecer a todo ser viviente que se cruzara en su recorrido».
»Una mañana, uno de los hombres que vigilaba desde lo más alto de un cerro, llamó a los pobladores, quienes acudieron de inmediato, y vieron maravillados que la laguna se había ido para siempre y que en su reemplazo había dejado un vasto y grandioso territorio. Y en el mismo centro, de pie, erguida y altiva una inmensa piedra solitaria».
Urpy, llorando, se abrazó a su abuelo y le dijo que tenía mucho miedo. El anciano la consoló y le contó lo que su abuelo le había relatado, que un día la laguna desaparecería y ese lugar se transformaría en un hermoso valle de tierra fértil, bañada por varios ríos, a donde la gente bajaría de las alturas para construir sus casas, cultivar la tierra y cuidar de sus animales.
Los artesanos se ocuparían de fabricar finísimos tejidos y bordados, y con su sabiduría dejarían grabadas nuestra historia en mantas, fajas, mates y cerámicas. Y todos sus pobladores serían como esa inmensa Wanka: indomables, aguerridos, fuertes y valerosos. Que no se amilanarán ante nada, ni ante nadie y que un día, a nuestro gran pueblo le llamarán “Wanka Yuq”,  «el que tiene la piedra».

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