Jhonatan Pomasunco Lozano
Jacques Derrida |
La
huella es presencia de vida, y esto, Jacques Derrida al fallecer, lo demostró.
Derrida había creado una huella inconmensurable a lo largo de las tres décadas
anteriores a su muerte y luego, con ésta última, surgía también la apertura a
una serie de debates en torno a su pensamiento, un pensamiento innovador muchas
veces menospreciado pero sin éxito, porque cuando se ataca el pensamiento de
Derrida, se ataca también los fenómenos marginales reprimidos por un discurso
hegemónico, por una filosofía única y gobernante, en todo caso, siempre se
deconstruye.
El
pensamiento de Derrida tiene su origen en la duda y la inconformidad. Derrida
“juega libremente” con aquellas únicas estructuras a las que se enfrenta cada
texto en su concepción y nacimiento. El concepto hegemónico del estructuralismo
con respecto a la interpretación textual, el cual conjetura que todos los
textos poseen modelos determinados y genéricos que proporcionan una apertura a
la propia interpretación, es negado por los post estructuralistas que afirman
que cada texto genera un modelo único de comprensión desde su interior, desde
sus únicas y singulares estructuras, negación que logra la conjunción teórica
con lo que en resumidas cuentas es el pensamiento de Derrida en torno al texto:
«No existen los textos, solo existen las interpretaciones».
Cuando en “Carta a un amigo japonés”, Derrida habla sobre intentar
al menos una determinación negativa de las significaciones o connotaciones que
deberían evitarse en torno a la palabra “desconstrucción” y se pregunta: «¿Qué
no es la desconstrucción? y ¿qué debería no ser?», expresa el método que
debería seguir la nueva interpretación textual: la negación. Sin embargo, esta
negación a su vez se desglosa en conceptos “derridianos” claves como el sin
sentido, lo innombrable, el desecho, el margen, la heterogeneidad, lo otro y
todo aquello que no puede entrar en diálogo.
Pero, ¿qué
significa la negación como método de interpretación textual? La negación
“obliga” la presencia de ciertos conceptos suplementarios que coadyuvan a la
formación de ésta línea metodológica de interpretación textual, y estos
conceptos suplementarios pueden asemejarse a lo que llama Derrida en “La voz y el fenómeno” (1967) con el
nombre de la “différance”, pues para Derrida
lo suplementario es la différance, una différance distinta a al diferir como
dilación y el diferir como trabajo activo de la diferencia. Así mismo sucede
con los textos. El texto es una acción póstuma a la propia existencia, es un
intento por redescubrir lo que ya está escrito. Cuando nace un texto lo hace
con un afán totalizador, un afán por lograr el retorno a la diferenciación
genuina de la existencia, y lo suplementario que pueda acaecer a raíz de esta
expresión, es el fin inmediato de la nueva interpretación textual.
Ahora bien,
si el objetivo de la interpretación textual es el “des – cubrimiento” de la
diferencia ¿cómo actúa la negación en esta labor? La negación, en oposición a
la diferencia, no es un concepto originario sino más bien se deriva; la
negación es el verbo y la diferencia, lo que verbaliza; la negación es el único
camino para lograr una aproximación a lo indecible. No existe significación sino, más
bien, se interpreta lo que ya significa y que la escritura no es otra cosa que
ese afán perdurable por interpretar el mundo, y aquí la negación sirve de
intérprete.
Un texto nace, primero, de lo que no quiere decir, de lo
que suprime y de lo que niega. A partir de la “negación” como método de interpretación textual se obtiene que cada
texto genera un modelo único de comprensión desde su interior. La “negación” implica el afán de descubrir todo
lo escondido en cada texto.
Todo texto
expresa, como conclusión, en su carácter suplementario, la condición de
posibilidad del sentido totalizador, crea mundos textuales casi infinitos en
base a esto. Sólo con la negación como mediador e intérprete se podrá crear la
imagen totalizadora de un determinado
tiempo y espacio donde el texto solo describe, y es nuestro deber hacer
una lectura correcta de aquella descripción del mundo, de nuestro mundo. La
interpretación textual debe preocuparse, entonces, de los elementos marginales
y opuestos, y otros, muchas veces alternos, que también ayudan a lograr la
significación de un texto. Todo esto con el fin de desembarazarnos de
dogmatismos.
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