Amour: cuando el amor
envejece
Jorge Jaime
Valdez
Michael Haneke es de los cineastas que
no buscan agradar con sus historias, todo lo contrario, es incómodo, pone el
dedo en la llaga y nos cuenta dramas que abordan la violencia, la maldad, las
perversiones sexuales, la crueldad y los grandes males de las sociedades
modernas.
“Amour”, su última cinta, se llevó,
con justicia, la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el más prestigioso del
mundo. Ésta es una película extraordinaria, a pesar de su dureza; nos narra la
vida de dos viejos que viven solos en un departamento parisino. Casi toda la
acción ocurre dentro de este espacio, solo hay una escena, durante un
concierto, que ocurre fuera.
En este ambiente opresivo, los dos
ancianos viven esperando la muerte. Él tendrá que cuidar a su esposa enferma,
que tras un ataque queda con parálisis parcial. Eventualmente, los visita su
hija, la gran actriz y favorita del director, Isabelle Huppert. Hasta aquí todo
parece convencional, sin embargo, el cine de Haneke siempre rompe lo ordinario,
lo normal, y nos enfrenta a experiencias incomodas, extremas y terribles.
Vemos como los años van menoscabando
los cuerpos, como el amor se pone a prueba y como se sufre la vejez, pero sin
caer en sentimentalismos. La trama transcurre lenta y sin sobresaltos. Los
espacios y el tiempo se dilatan y dan cuenta del deterioro corporal y del amor por
el paso de los años.
El título de la cinta es una ironía,
porque lo que vemos entre estos dos ancianos, probablemente, ya no sea “amor”,
tal vez sea compasión, compromiso, lealtad, dependencia o acaso una íntima
amistad, mas ya no es el amor de juventud erotizado e impetuoso, que lo enfrenta
todo sin miedo a la vida.
Pocos filmes conmueven tanto por lo
que dicen o esconden sin ser explícitos, y éste es uno de ellos. Es doloroso e
incómodo, terrible y brutal, opresivo y depresivo. En consecuencia, no es
recomendable para quienes buscan en el cine solo diversión y escape.
La obra de este director aborda la
violencia, nos la enrostra convirtiéndonos en espectadores pasivos y cómplices,
como sucedió con “Juegos macabros” (Funny
Games, 2007) o “La cinta blanca” (The
White Ribbon, 2009); la paranoia de unos burgueses ante una amenaza latente,
cuestionando los medios y la tecnología en “Escondido” (Caché, 2005); la sexualidad reprimida y el masoquismo más duro con
“La profesora de piano” (La pianiste,
2001); y ahora el deterioro de unas vidas en “Amour”.
El cine suele servir de catarsis, la
gente va a sus salas para ver cómo los malos pagan sus pecados y cómo la
justicia y el heroísmo triunfan, cómo los buenos siempre salen ganando y
suspiran con cada final feliz al que nos tiene acostumbrados Hollywood. Haneke
dinamita todos estos conceptos y los transgrede con mucho más talento y hasta cierta
maldad.
Finalmente,
“Amour” es una cinta que duele. Si alguno de ustedes tiene padres ancianos que aun
viven juntos, se sentirán identificados, sufrirán en carne propia lo que vemos
en la ficción, aquello que nos hace cuestionar el sentido de la vida, el amor y
las relaciones de pareja. Lo hace sin compasión, de la manera más cruda y
descarnada. Pocas películas son tan desgarradoras y sensibles, depresivas y
amargas, oscuras y tiernas a la vez, como esta obra maestra del cineasta
alemán.
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