MICROCUENTO:
Los sentenciados
Armando
Alzamora
El
niño tropezó con lo que creyó era una piedra, en verdad, había encontrado una
inmensa caracola de cuyo espiral surgían extraños susurros. No supo
descifrarlos. Abandonó la concha y caminó por la orilla mientras el disco solar
se adormecía en la distancia. A los pocos días lo internaron en un centro
psiquiátrico. «Escucho voces», afirmaba. No había descifrado el misterio de la
caracola, por ende su condena era esa: padecer, hasta su muerte, escuchando el
suplicio de los sentenciados.
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