La ciudad y los perros
Mario Vargas
Llosa
Me agarró y comenzó a besarme en la boca. Estaba
desatada, me metía su lengua hedionda hasta las amígdalas y me pellizcaba.
Después, me jaló de la mano hasta su cuarto y se desvistió. Desnuda, ya no
parecía tan fea, todavía tenía el cuerpo duro. Estaba avergonzada porque yo la
miraba sin acercarme y apagó la luz. Me hizo dormir con ella todos los días que
estuvo ausente mi padrino.
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