El tejedor César y la araña Arcadia
Luis
Gamarra Yurivilca
Acuarela “Artesano” – Autor: Hernán Chilo Huanca. |
Cuando
dejó de existir el anciano tejedor, su hijo, César, heredó su telar, así la
tradición ancestral continuó.
Aunque
muy joven, con poca experiencia, el inquieto muchacho inició el trabajo
artesanal con gran voluntad. Sin embargo, a pesar de su ahínco y habilidad, su
tejido dejaba mucho que desear. La lanzadera se deslizaba dudosa entre los
hilos que se enredaban; trama, urdimbre y mechas de lana sostenían una
abigarrada pelea, y del telar solo salían marañas de fibra y seda.
En
cierta ocasión, mientras se ingeniaba entrelazando en orden una composición
maravillosa, el noble César oyó una carcajada satírica y observó alrededor suyo
con asombro:
—Discúlpame
—dijo una vocecita maligna—, pero tus grotescos líos me divierten de verdad.
Una
araña, suspendida de un hilo de plata en la parte superior del atacador del
telar, oscilaba sobre la cabeza del joven.
—Tienes
que admitir, muchacho, que en cuanto a habilidad textil tengo más creatividad
que tú ¿eh? —le dijo con disimulo.
César
se encogió de hombros.
—No
niego tu destreza. Aunque, si Tayta San Pedro me ayuda, también yo lograré
hacerme famoso en el arte de mis ancestros.
—Sudas,
te acongojas, pobre muchacho. Además de causarme risa, me inspiras lástima. Yo
tejo sin el más mínimo esfuerzo y, debes aceptarlo, lo hago de una manera
excelente. Es claro que San Pedro te protege —decía el insecto—, ama a todos
sus devotos, pero los que han recibido el don maravilloso del talento, los
hombres, deben hacerse dignos de cualquier progreso con la ofrenda.
La
araña fue a refugiarse, riendo, entre el tejido de su tapiz.
César
reanudó su trabajo con paciencia y fe renovada. Poco a poco, hoy un paso,
mañana otro, recordando las sabias enseñanzas de su padre y confiado en la
propia inspiración, logró confeccionar un tapiz con la imagen del Patrón San
Pedro: las tramas multicolores resultaron de fino acabado, que luego se le
entregó al mayordomo en la fiesta tradicional.
No
contento con su primer resultado, buscó perfeccionarse. Creó diseños
atractivos. Tejiendo, perseguía sueños de belleza y poesía. Con mechas de lana
de oveja, teñida con insectos y plantas silvestres, compuso tapices que
parecían santos auténticos, jardines reales, cielos adornados de estrellas,
deslumbrantes paisajes serranos.
Los
turistas compradores venían de distintos países para adquirir los magníficos
tejidos de César, sin par en el mundo. Pagaban fuertes sumas, sin dudar, hasta
que una vez, un visitante, mientras contemplaba uno de los tapices que
centellaba como la laguna de Parpacocha bajo la luz de la luna, lanzó un grito.
Sobre
el cautivador tejido había caído una telaraña cargada de polvo, y su dueña,
pataleando en medio de aquel prodigio de belleza, decía: «Es verdad, hombre, tú
eres el privilegiado de San Pedro».
El
turista no oyó la vocecita del animalito moribundo, pero la oyó el artífice, el
hombre del trabajo glorioso y de los altos sueños. La oyó y cogió delicadamente
a la araña que no daba señales de vida y, saliendo del taller, la depositó
tiernamente entre las flores multicolores de su huerto.
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