martes, 7 de mayo de 2013

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

Los sacramentos de mi abuela

Sandro Bossio Suárez

A mi abuela, que era una extraordinaria mujer, se le ocurrían preguntas por demás capciosas y, muchas veces, divertidas. Una vez la vi inquietarse porque en el español estaba registrada la palabra “altina”, pero no su antónimo, su contraparte. «Si mi comadre vive en la zona altina —se preguntaba ella—, mi compadre que vive más abajo, ¿vive en la zona ‘bajina’?».
Otra cosa que le causaba palpitaciones era el misterio de por qué “separado” se escribe todo junto y “todo junto” se escribe separado. Solía preocuparse preguntándose por qué en el diccionario el jueves estaba antes que el miércoles y por qué nuestro nombre, que es completamente nuestro, ¿es usado por todos los demás?
Vivía sin sombra porque jamás pudo resolver el inquietante enigma de por qué el aparato de fierro que levanta enormes pesos se llama “gata”. Como nunca pudo descubrirlo, se conformó con algo que siempre repetía: «Ahora entiendo por qué los perros ladran a los carros: porque todos llevan la gata».
Mi buena abuela le tenía miedo a los buses, sobre todo a los interprovinciales, y por eso no viajaba mucho. Solía decir: «Esos aparatos son el infierno: dicen que te llevan al terminal. Ahí yo no voy».
También se planteaba las siguientes cuestiones: ¿puedes salir por la entrada si estás en un callejón sin salida? O ¿por qué le llamamos “bebida” a los líquidos que aún no hemos bebido y “comida” a los alimentos que aún no hemos comido?
En una ocasión, por el Día de las Madres, uno de mis tíos le obsequió una sartén de teflón y le explicó: «Aquí nada se pega, mamita, absolutamente nada». Mi hermosa y lúcida abuela estuvo dándole vueltas al regalo en la mano, mirándolo como quien mira a una sabandija, y luego levantó su mirada estrenua y preguntó: «Si nada se pega al teflón, ¿entonces cómo lo pegaron a esta sartén?».
«La gente está loca —dijo en otra ocasión— porque le llama Día del Trabajador al día en que menos se trabaja».
Todo un misterio para ella era: «¿Por qué puede estar la misma revista en el baño durante años y nos da igual?». Hablando de baños, también se preocupaba de por qué se lavan las toallas. ¿Acaso no se supone que estamos limpios cuando las usamos?
Viejecita ya, con una cara que se le caía de la inocencia, una vez me preguntó: «Chiquito, dime, para reproducirse un disco, ¿antes debe quedar encinta?».

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