martes, 7 de mayo de 2013

Evangelio americano


Carlos Calle


Después del trágico final de su autor se cumplió el vaticinio para “La conjura de los necios”, en la voz de Ignatius Reilly: «Están todas mis notas y mis apuntes. No podemos permitir que caigan en manos de mi madre. Podría ganar una fortuna con ello»; porque lo que realmente importa en la literatura es una historia bien contada, fama de que goza la novela que en su tiempo fue rechazada por las editoriales.
Los personajes son peculiares, eso hace que esta novela sea considerada de culto, polifónica, en las voces como en los actos, verdaderos engranajes de relojería: Ignatius Reilly es el personaje en el cual gira la trama, ególatra, jesuita extinto, tanto por los conocimientos adquiridos en la universidad y la fe que profesa. Su madre por el contrario, personifica el binomio errático: pan de Dios y ebria habitual.
La dialéctica se hace presente en la literatura de John Kennedy Toole, la cual muta y abarca prototipos de personajes; mediante diálogos, critican su situación para depurar al Estado de la discriminación racial, el sistema laboral y los vicios propios de una nación donde la ética del individuo se aleja de la moral típica norteamericana. Chauvinismo exacerbado, donde la caza de brujas al comunismo es manejada con humor negro, propio del intelectual que usa el humanismo como una suerte de caja de Pandora: «Sospecho que se dan cuenta de que me veo obligado a actuar en un siglo que aborrezco», menciona Ignatius en sus cotidianos soliloquios, siendo el apartado postal la filosofía de un seguidor de Pirron en la Babilonia capitalista de Nueva Orleans.
El punto neurálgico es la visión holística de querer cambiar el sistema. Ignatius comienza con las formas de producción, saboteando la fábrica de pantalones Levy, sin la necesidad de recurrir a la semántica económica y los teóricos de la Escuela Keynesiana. Los sueldos son ínfimos para Darlene y Jones, peculiares personajes que trabajan en el Noche de Alegría, regentada por Lana Lee, otro ser ácido, que usa por fachada el negocio de night club para vender material pornográfico.
El lector preferirá un final poético, un Ignatius Reilly encerrado en la mazmorra, desligado de sus lazos edípicos, enfebrecido y entregado a perfeccionar su visión del mundo en un extenso tratado filosófico que se aleja de un simple constructivismo de nueva moral, porque la hipocresía del hombre está arraigada en todos los niveles.
Solo los locos, cruzados disimiles, son la prueba que un mal social también se resuelve desde el quiebre del sistema y la sinrazón de lo humano. 

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