martes, 4 de junio de 2013

Cuando la juventud apagó la ciudad luz

Jhony Carhuallanqui



Con las tapas de los botes de basura como escudos en una mano y pedazos de adoquines listos para lanzarlos en la otra, la «dulce guerrilla urbana en pantalones de campana… y niñas en minifalda» resistía y desafiaba la severa represión que los “gendarmes” intentaban imponer —a nombre de la autoridad—, en el Barrio Latino de París. Se había originado la más grande revuelta estudiantil de todos los tiempos: Mayo del ´68.
La búsqueda de un nuevo mundo (o al menos mejor) era el espíritu que los unía y movilizaba. Resguardados en improvisadas barricadas, pedían a gritos demoler el orden imperante del autoritarismo, la intolerancia, la ortodoxia y el tabú sexual. Representaban una amenaza al sistema que se había instituido y que los había exiliado del poder. El “stablishment” respiraba “la rabia de las calles” y transpiraba miedo.


Engalanan sus reclamos las melodías de The Beatles, los Rolling Stone y Bod Dylan. “El Hombre Unidimencional” de Marcuse es el manantial ideario, leen y proclaman a Sartre, Guy Debord, Rosa de Luxemburgo, Habermas, Adorno y Horkeimer y, en ellos, arropaban la revuelta que traspasaría las fronteras de la “Ciudad Luz” (París), llegando a tener replicas en Roma, Berlín, Tokio, Chicago, México, Argelia, Londres y otros.
“Dany el Rojo” (Daniel Cohn Bendit), de la Universidad de Nanterre se convierte en la figura distintiva: había protestado contra las restricciones de acceso a la universidad que el gobierno impondría, también lo había hecho contra la prohibición de los varones de ingresar a la residencia de las mujeres, pero la dimensión de la revuelta crece cuando en días posteriores se empieza a cuestionar el sistema educativo en general, a la par, el desempleo era creciente, las condiciones laborales inadecuadas y los salarios mezquinos; además, había una creciente oposición a la guerra de Vietnam. Ahora nueve millones de personas estaban en las calles.


El régimen político insensible veía al hombre como peón, a la sociedad como mercado, a la cultura como mercancía y la multitud estaba dispuesta a cambiar esto. La cultura de masas había de ser derrocada: la revolución cubana con El Che lo había logrado y su máxima: «Prefiero morir de pie que vivir arrodillado», era la inspiración. Los hippies materializaban del mundo de “Paz y Amor” que querían.
De otro lado, los medios de comunicación les cerraron las puertas a los manifestantes y ellos convirtieron las paredes en elocuentes murales que guarecían grafitis nacidos de la poesía: «Tomemos enserio la revolución, pero no nos tomemos enserio a nosotros mismos»; «A ti la angustia, a mí, la rabia»; «La barricada cierra la calle, pero abre el camino».
En un ambiente anárquico, las barricadas eran muros contra la opresión, los adoquines la fuerza de la libertad y los grafitis el alma: «Seamos realistas: pidamos lo imposible»; «Dios: sospecho que eres un intelectual de izquierda»; «El patriotismo es un egoísmo en masa»; «No es una revolución, majestad, es una mutación»; «La burguesía no tiene más placer que el de degradarlo todo» y claro, los dos más recordados: «La imaginación al poder» y «Prohibido, prohibir».
El poder político tambaleó y la dimisión del presidente Charles de Gaulle coronó la revuelta. Hoy, Cohn Bendit es “Dany el Verde”, un Eurodiputado del partido ecologista reformista y prefiere no hablar del tema. Como canta Ismael Serrano: «Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis, que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París, sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual: las hostias siguen cayendo sobre quien habla demás».

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