Margarita
Calle Arancibia
Una muy buena
amiga me mintió vilmente: «No quiero terminar de leer ese libro. Simplemente,
me da miedo… ¿Y si me quedo ciega?» A partir de entonces la curiosidad invadió
mi ser: «Préstame el libro», y en ese momento inició.
Todos se
quedaban ciegos, todos. Poco a poco, todas las personas que tuvieron contacto
con el primero, y las que tuvieron contacto con los que tuvieron contacto, y
así sucesivamente. «Seguramente es un virus, ¡cuarentena!», porque es un virus
que vuelve a todos ciegos, a todos menos a una. Era la alternativa más lógica:
«Si los encerramos a todos, ya no habrán más ciegos», pero no sirvió de nada.
La ceguera no paró hasta cubrirlos con una luz alba.
En la historia
nunca se dicen nombres, solo descripciones y, en ese ardid de caos y
desconcierto, se desarrolla una trama que, a mi pesar, me atrapó de principio a
fin.
No llegaré al
final, ni daré detalles que puedan arruinar el interesante desarrollo de “Ensayo
sobre la ceguera”. Saramago nos sumerge en una exploración del ser humano tan
honda, que hasta la puedes sentir —es una tragedia que podría ocurrir, eso te
hace percibir desde el principio—, tan imposible como cotidiana. El hombre
explorando su propia naturaleza en tiempos de crisis.
No puede ver,
no puedes ver, nadie puede ver, el mundo se paraliza y la vida se vuelve una
lucha por la supervivencia, donde, literalmente, el tuerto es el rey. Explora
profundamente la naturaleza humana, la lucha, el abuso y la pérdida de poder.
Explora los sentimientos, represiones, amores, temores. No puedes ver.
¿Te imaginas
el mundo actual y que no lo puedas ver? Una ceguera blancuzca, como cuando vez
directamente un fluorescente, luz blanca que te ciega, que duele. ¿Te imaginas
invidente? ¿Te imaginas sin poder leer? Caminar por las calles a tientas,
comer, ir al baño, dormir, hacer el amor, sin que esa capa blancuzca te
abandone ni por un segundo.
Para mí, los
mejores libros son los que provocan sensaciones y este, sin ninguna duda, te
produce una mezcla de sentimientos. Después de leerlo, sentí que había crecido,
ya que es inevitable ponerse en algún momento en los zapatos de cada uno de los
personajes, ciegos o no.
“Ensayo sobre
la ceguera” es, sin duda, un libro que merece su lectura antes de la muerte. El
final no me gustó —no porque no sea bueno—, pero de principio a fin me mantuvo
en vilo. Al terminar, me percaté que, de algún modo, todos estamos ciegos, solo
que aún no nos damos cuenta.
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