El curioso Vargas Llosa
Javier Arévalo
El año 2001 le dejé un ejemplar de mi novela “El beso de la Flama” a Mario Vargas Llosa en su departamento de Barranco, con una carta que comenzaba diciendo: a los 14 años me hubiera gustado ser “Sugar” Ray Leonard, John Lennon y Mario Vargas Llosa: el orden no importa
Algunos días después, su secretaria me llamó para decirme que el escritor me invitaba a tomar un café en su departamento.
Una biblioteca maravillosa, una mesa entre nosotros, y dos cafés. Cuarenta minutos de una conversación que primero fue un interrogatorio: él me entrevistaba.
¿Cómo hacía para ser escritor en el Perú? ¿Cómo se comportaban las editoriales? ¿Qué sucedía entre los escritores y el poder? ¿Se podía tener una carrera literaria hoy en el Perú? ¿Cómo había sido ser escritor durante la dictadura? ¿Hubo escritores que se habían puesto al servicio de Fujimori? Fue una metralla de cuestiones que contesté sin darme cuenta del tiempo que transcurría. Su curiosidad era la de un niño que quiere saberlo todo. Seguí hablando hasta que tomé conciencia que yo también quería hacer una pregunta, solo una: ¿cómo ocurrió que pudo dedicarse solamente a escribir?
Enseñaba en Inglaterra, me dijo, y recibía unos setecientos dólares mensuales. Ya había ganado varios premios, y era un reconocido protagonista del Boom latinoamericano, pero tenía que trabajar como profesor para mantener a su familia.
Un día, apareció Carmen Balcells, la agente literaria, y le dijo que le pagaría el sueldo durante un año entero si se dedicaba solo a escribir.
Balcells lo promocionó, lo conectó con la industria cultural europea, puso en evidencia el valor del peruano. Sus gestiones canalizaron el talento del escritor hacia los confines de la tierra donde hoy brilla con un Nobel que nos chorrea a todos con un poquito de su gloria.
Algunos días después, su secretaria me llamó para decirme que el escritor me invitaba a tomar un café en su departamento.
Una biblioteca maravillosa, una mesa entre nosotros, y dos cafés. Cuarenta minutos de una conversación que primero fue un interrogatorio: él me entrevistaba.
¿Cómo hacía para ser escritor en el Perú? ¿Cómo se comportaban las editoriales? ¿Qué sucedía entre los escritores y el poder? ¿Se podía tener una carrera literaria hoy en el Perú? ¿Cómo había sido ser escritor durante la dictadura? ¿Hubo escritores que se habían puesto al servicio de Fujimori? Fue una metralla de cuestiones que contesté sin darme cuenta del tiempo que transcurría. Su curiosidad era la de un niño que quiere saberlo todo. Seguí hablando hasta que tomé conciencia que yo también quería hacer una pregunta, solo una: ¿cómo ocurrió que pudo dedicarse solamente a escribir?
Enseñaba en Inglaterra, me dijo, y recibía unos setecientos dólares mensuales. Ya había ganado varios premios, y era un reconocido protagonista del Boom latinoamericano, pero tenía que trabajar como profesor para mantener a su familia.
Un día, apareció Carmen Balcells, la agente literaria, y le dijo que le pagaría el sueldo durante un año entero si se dedicaba solo a escribir.
Balcells lo promocionó, lo conectó con la industria cultural europea, puso en evidencia el valor del peruano. Sus gestiones canalizaron el talento del escritor hacia los confines de la tierra donde hoy brilla con un Nobel que nos chorrea a todos con un poquito de su gloria.
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