Javier Garvich Rebatta
Hay motivos por los cuales estoy muy feliz con el Nobel a don Mario.
Posiblemente, a los jóvenes, les devuelva el gusto por la literatura y el placer de escribir. En un país donde la oralidad, la cultura audiovisual y las nuevas tecnologías han arrinconado a la palabra escrita; el Nobel servirá para devolver —aunque sea un poquillo— el prestigio perdido de este hermoso arte. Y, ojalá, ese gusto por las letras no siga atrapado en los círculos acomodados limeños y pueda romper las proverbiales barreras discriminatorias de este país, extendiéndose el cariño por los libros al interior del Perú. Ojalá los chicos de diversas provincias sigan apostando por ser escritores y que los escritores del interior tengan mayor audiencia (audiencia en sus lugares de origen, que ya sabemos que en Lima apenas si nos fijamos en ellos).
Y, finalmente, a ver si esta es una oportunidad en que los libros de Vargas Llosa se puedan vender a un precio accesible. Libros legales, subvencionados por el sector público, pulcramente editados y que puedan competir contra la poderosa industria pirata patria. Que estas chicas puedan adquirir una bonita edición de “La tía Julia y el escribidor” (con prólogo de Javier Ágreda) a tres solcitos o “Conversación en la Catedral” (con prólogo de Miguel Gutiérrez) a no más de cinco lucas. Al actual gobierno el gasto de esas iniciativas les costaría muchísimo menos que esa carísima y cosmética remodelación del Estadio Nacional, remodelación hecha para colmar la egolatría presidencial y para que Shakira tenga un escenario de presentación más chic.
Que Varguitas se ponga otra vez de moda, que las tribulaciones del Poeta se comenten en los colegios, que sin salir de aulas polvorientas y cerros arenosos viajemos al Alto Marañón, al barrio de La Gallinacera y a los Sertones del noreste brasileño. Y que en las universidades regresemos nuevamente a los debates (esa gimnasia intelectual tan abandonada en muchos claustros) acerca de esa contradictoria, atormentada y retorcida imagen del Perú que él dibujó en “Lituma en los Andes”.
Se acerca el Año Arguedas. Y será excitante que volvamos a leer lo que pensaba Don Mario del autor de “Los Ríos Profundos”. Que volvamos a confrontar dos maneras de sentir la literatura. Y, sobre todo, que estudiemos esas dos formas distintas —¿antagónicas?— de entender este país.
Este país que ahora celebra su primer Nobel.
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