lunes, 11 de octubre de 2010

Especial Vargas Llosa: Queremos tanto a Mario

Juan Carlos Suárez Revollar

Difícilmente olvidaré el impacto que fue para mí leer por primera vez “La guerra del fin del mundo”. Por entonces, hastiado, acababa de abandonar una carrera universitaria pese a la oposición de mi familia y a la reprobación de mis amigos. Refugiarme en los sertones junto al periodista miope, a los menesterosos seguidores del Consejero, y a los soldados que iban a acabar con ellos me mostró que mis problemas eran demasiado insignificantes para tomarlos en serio.
“La ciudad y los perros” y “La casa verde” son otras dos novelas poderosísimas de Mario Vargas Llosa, muy modernas y, particularmente la segunda, una suerte de manual de tecnología literaria, que por eso no pierde su poder de persuasión para el lector, ni hace de la anécdota (la historia contada) algo tedioso o pesado, como suele ocurrir con la mayoría de las novelas que privilegian demasiado la narratología. El gran nivel de ambas novelas —escritas cuando su autor apenas bordeaba los 30 años— es realmente sorprendente. Poco después “Conversación en la Catedral” iba a significar su verdadero salto, y lo colocaría a la vanguardia de los escritores del Boom —de esta época datan las mejores novelas del grupo—, donde se mantiene aún, y además haciendo que el Boom retumbe permanentemente, y se mantenga vivo, activo.
“Conversación en la Catedral” hace una exploración de una época, la de Odría, y además, es una radiografía de las dictaduras. Su complejísima estructura nos recuerda al mejor William Faulkner, pero con un estilo distinto, propio. Esta novela es también un testimonio del paso de Vargas Llosa por la militancia socialista, de la que después se iba a desprender para convertirse en uno de los más distinguidos representantes del liberalismo.
“Los cachorros”, en sus poco más de cuarenta páginas, es una revelación técnica y artística, que además ha dado pie a diversas interpretaciones. “La tía Julia y el escribidor” y “Pantaleón y las visitadoras” son dos novelas que marcan un cambio estilístico; y “La guerra del fin del mundo”, por su lado, un retorno a la novela total, con una apasionante historia que, además, logra articular de modo equilibrado la tecnología narrativa con la historia. Guardo aún ese ejemplar del libro, viejísimo, repleto de anotaciones, que después reemplacé por otro mejor, sin contar aquel de una primera edición que conseguí por casualidad, y perdí poco después por confiar demasiado en los amigos.

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Poco después “Conversación en la Catedral”
iba a significar su verdadero salto, y lo colocaría
a la vanguardia de los escritores del Boom.
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“Historia de Mayta”, “¿Quién mató a Palomino Molero?” y “El hablador” son novelas de gran nivel; y “Elogio de la madrastra”, “Lituma en los Andes” y “Los cuadernos de don Rigoberto” son importantes ejercicios narrativos, aunque no igualen a sus mejores libros. Pero “La fiesta del Chivo” entra al grupo de lo más valioso de su novelística; y “El Paraíso en la otra esquina” y “Travesuras de la niña mala”, también novelas bastante buenas, han mantenido la vigencia de Vargas Llosa en la literatura mundial.
Hace poco más de una semana, cuando retomé por fin la escritura de una tesis cuyo tema acaricio desde hace casi tres años, y que es mi forma de homenajear a Vargas Llosa, un autor al que admiro tanto, y cuya obra ha influido tanto en mí, no imaginé que recibiría una grata noticia, que esperaba ya resignado cada año: el Premio Nobel. Será sólo un motivo adicional para querer tanto más a Mario.

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