Mario Vargas Llosa, El Paraíso en la otra esquina
Con fiebre en el cuerpo, se tumbó junto a ella, pero, en vez de montarse encima, la hizo girar sobre sí misma y quedar bocabajo, en la postura en que la había sorprendido. Tenía todavía en los ojos el espectáculo imborrable de esas nalgas fruncidas y levantadas por el miedo. Le costó trabajo penetrada —la sentía ronronear, quejarse, encogerse, y, por fin, chillar—, y, apenas sintió su verga allí adentro, apretada y doliendo, eyaculó, con un aullido.
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