El David de Miguel Ángel
Josué Sánchez
Cien años había esperado el inmenso bloque de piedra la llegada de Miguel Ángel. El escultor Agostino da Duccio había intentado esculpir la figura de un profeta en el duro mármol de Carrara y sólo había conseguido deformarlo. Por su gran dimensión y peso, otros escultores, habían rehusado trabajarlo. Y ahora estaba allí, al costado de la Catedral, mancillado por generaciones de niños, que traviesos se trepaban sobre él.
A los 26 años de edad, Miguel Ángel regresaba a Florencia procedente de Roma aureolado por el prestigio que le daban sus recientes esculturas de “La Pietá”, el “Cupido” y el “Baco”. La población florentina lo había recibido entusiasmada. El “Gonfalonieri Soderini” y el gremio de comerciantes de lana no dudaron en plantearle el reto de tallar una escultura allí donde los otros escultores habían fracasado.
Miguel Ángel, que conocía muy bien el bloque de mármol porque en su niñez también había jugado sobre él y ya escultor había pensado muchas veces en la magnífica escultura que podría trabajar con su cincel en esa inmensa mole, aceptó el encargo. Pero “el gigante” -como lo llamaban los florentinos- sería un “David” y no un profeta, fue su condición. Un David vencedor, fuerte y potente, con la libertad de un dios griego y el desafiante valor de un siervo de Dios. Protegido por un cobertizo de madera de la mirada de los curiosos, en el mismo lugar donde había permanecido un siglo, el David empezó a trabajarse el lunes 13 de setiembre de 1502.
La obra duró dos años. La expectativa era grande, ya Leonardo, su eterno enemigo, había hecho comentarios despectivos sobre la “minúscula” capacidad de Miguel Ángel frente al poder del gigante, y los miembros del gremio de lanas empezaban a impacientarse, cuando apremiado por éstos, Miguel Ángel los recibió con desgano en su improvisado taller. La noticia corrió de boca en boca, no sólo no había fracasado, sino que la obra que estaba surgiendo de la piedra era sencillamente grandiosa. “Trabajo de picapedreros y no de artistas”, clamó Leonardo, pero cuando el 8 de setiembre de 1504, Miguel Ángel entregó la obra terminada y el “David” fue colocado al lado derecho de la entrada al Palazzo Vecchio en la Plaza de la Signoria, todo Florencia quedó deslumbrada por su majestuosidad y extremada belleza. De 5.16 metros de altura y 5.5 toneladas de peso, el “David” se alzaba imponente, como retando al mundo, con la fuerza estremecedora del alma brotando del ceño fruncido y la penetrante mirada sobre el bellísimo perfil griego.
En esa plaza permaneció más de tres siglos. En 1527, el brazo izquierdo se rompió a consecuencia de un motín. Fue restaurado en 1543 y ahí siguió, hasta que en 1873 fue trasladado a la Academia de Bellas Artes, donde permanece hasta hoy.
Josué Sánchez
Cien años había esperado el inmenso bloque de piedra la llegada de Miguel Ángel. El escultor Agostino da Duccio había intentado esculpir la figura de un profeta en el duro mármol de Carrara y sólo había conseguido deformarlo. Por su gran dimensión y peso, otros escultores, habían rehusado trabajarlo. Y ahora estaba allí, al costado de la Catedral, mancillado por generaciones de niños, que traviesos se trepaban sobre él.
A los 26 años de edad, Miguel Ángel regresaba a Florencia procedente de Roma aureolado por el prestigio que le daban sus recientes esculturas de “La Pietá”, el “Cupido” y el “Baco”. La población florentina lo había recibido entusiasmada. El “Gonfalonieri Soderini” y el gremio de comerciantes de lana no dudaron en plantearle el reto de tallar una escultura allí donde los otros escultores habían fracasado.
Miguel Ángel, que conocía muy bien el bloque de mármol porque en su niñez también había jugado sobre él y ya escultor había pensado muchas veces en la magnífica escultura que podría trabajar con su cincel en esa inmensa mole, aceptó el encargo. Pero “el gigante” -como lo llamaban los florentinos- sería un “David” y no un profeta, fue su condición. Un David vencedor, fuerte y potente, con la libertad de un dios griego y el desafiante valor de un siervo de Dios. Protegido por un cobertizo de madera de la mirada de los curiosos, en el mismo lugar donde había permanecido un siglo, el David empezó a trabajarse el lunes 13 de setiembre de 1502.
La obra duró dos años. La expectativa era grande, ya Leonardo, su eterno enemigo, había hecho comentarios despectivos sobre la “minúscula” capacidad de Miguel Ángel frente al poder del gigante, y los miembros del gremio de lanas empezaban a impacientarse, cuando apremiado por éstos, Miguel Ángel los recibió con desgano en su improvisado taller. La noticia corrió de boca en boca, no sólo no había fracasado, sino que la obra que estaba surgiendo de la piedra era sencillamente grandiosa. “Trabajo de picapedreros y no de artistas”, clamó Leonardo, pero cuando el 8 de setiembre de 1504, Miguel Ángel entregó la obra terminada y el “David” fue colocado al lado derecho de la entrada al Palazzo Vecchio en la Plaza de la Signoria, todo Florencia quedó deslumbrada por su majestuosidad y extremada belleza. De 5.16 metros de altura y 5.5 toneladas de peso, el “David” se alzaba imponente, como retando al mundo, con la fuerza estremecedora del alma brotando del ceño fruncido y la penetrante mirada sobre el bellísimo perfil griego.
En esa plaza permaneció más de tres siglos. En 1527, el brazo izquierdo se rompió a consecuencia de un motín. Fue restaurado en 1543 y ahí siguió, hasta que en 1873 fue trasladado a la Academia de Bellas Artes, donde permanece hasta hoy.
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